Dios nos hace favores inmerecidos
“No ha hecho con nosotros conforme a nuestras maldades ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados” (Salmo 103:10).
Una de las grandes razones por las que siempre estaremos en deuda con Dios es por su regalo del perdón. Como nos asegura 1 Juan 1:9: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad”. El perdón de Dios incluye no solo tratarnos como si nunca hubiéramos pecado, sino también la eliminación de todas nuestras maldades. Y todo esto lo tenemos gracias a Cristo.
Lo que Dios ha hecho con nosotros no es algo natural ni normal en el ámbito humano. El final de la maldad siempre es destrucción, infelicidad y fracaso. Lo mismo se puede decir de los malos, pues la propia Biblia afirma que perecerán (ver Sal. 1:6). Donde hay maldad, las cosas no están ni terminan bien. Ningún ser humano puede dedicarse a practicar la maldad y esperar cosechar buenos resultados. Sin embargo, Dios toma al que es malo, al que ha pasado su vida practicando la maldad, y le ofrece un perdón que lo conduce a ser tratado como si fuera alguien bueno, que vive haciendo el bien. Tal cosa no sucede entre los seres humanos. En el lenguaje divino, esto se llama “perdón”, y el perdón es algo que Dios inventó para poder amar a personas que no merecemos ser amadas. El perdón es algo que él ofrece a quien se arrepiente y desea caminar humildemente delante de Dios.
Cuando pensamos en el pecado y en cómo Dios nos perdona, tenemos que volver a decir: “¡Bendice, alma mía, a Jehová!” (Sal. 103:22). ¿Por qué? Porque la Palabra de Dios dice que la paga del pecado es la muerte (ver Rom. 6:23); es decir que todos, sin excepción, deberíamos tener como final inexorable la muerte; sin embargo, debido a Cristo, a su muerte sacrificial en la Cruz por cada uno de nosotros, podemos hablar del perdón y de la esperanza de la vida eterna. Evidentemente algo extraño sucedió para que gente como nosotros, en lugar de muerte, podamos tener vida. En el Salmo 103, David nos explica qué es lo que ha pasado: nuestro Dios no nos ha pagado conforme a nuestros pecados. Eso tampoco sabemos cómo llamarlo, pero en el lenguaje divino se llama misericordia, gracia, benignidad, amor.
Solo ese amor infinito, esa gracia inagotable y ese amor inmerecido pueden desatar la verdadera alabanza y el espíritu de gratitud. Con razón el salmista prácticamente exigía a su ser que bendijera a Jehová.