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«Ustedes han oído que se dijo: «Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo». Pero yo digo: Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen para que sean hijos de su Padre que está en los cielos. Él hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos» (Mateo 5: 43-45, NVI).
«Odiarás a tu enemigo» es la consigna que ha llevado a todas las guerras de la historia. Blas Pascal se preguntaba:
«¿Puede haber algo más absurdo que la pretensión de que un hombre tenga derecho a matarme porque habita al otro lado del agua y su príncipe tiene una querella con el mío, aunque yo no la tenga con él?». Pues esa es la lógica absurda de la guerra.
Sin embargo, la lógica habitual de la humanidad es otra. Siguiendo el viejo adagio romano: «Si quieres la paz, prepara la guerra» (si vis pacem, para bellum, en latín), la humanidad intenta convencerse de que intimidar al enemigo de manera preventiva es actuar en legítima defensa. Esta famosa frase aparece por primera vez en el prefacio al libro III de la obra Epitoma rei militaris, de Flavio Vegecio Renato, famoso teórico militar romano, escrita en torno al año 390.
Desde entonces ha sido esgrimida sin cesar, a lo largo de la historia, para justificar la letal idea de la «guerra
preventiva», que no es otra cosa que la justificación de la ley del más fuerte. Se invoca tanto para imponer el equilibrio por el temor en las guerras frías como para justificar que los países fuertes declaren las guerras que les convengan cuando desean aplastar a otros más débiles.
Aunque esta táctica parece funcionar en una lógica belicista, la historia ha demostrado hasta la saciedad que las guerras no generan paces sino treguas, cargadas de odio, que no sirven más que para incubar nuevos conflictos. No se puede construir el bien haciendo el mal. No se puede llegar a un buen fin con medios condenables. Y esto es verdad tanto para las naciones como para los individuos. Por eso Jesús nos propone una vía diametralmente diferente: «Amen a sus enemigos, hagan bien a quienes los odian» (Luc. 6: 27, NVI).
Como afirmaba también Benjamín Franklin, «jamás hubo una guerra buena». Ni a nivel político ni a nivel personal. Gandhi decía que «no hay camino para la paz: la paz es el camino». Jesús lo dirá muchas veces y de diversas formas: la mejor manera de vencer el odio es ejercer el amor.
Señor, ayúdame hoy a amar incluso a quienes menos quiero.