Matutina para Adultos | Miércoles 26 de Marzo de 2025 | Apariencias engañosas

Matutina para Adultos | Miércoles 26 de Marzo de 2025 | Apariencias engañosas

Apariencias engañosas

«Viendo una higuera cerca del camino, se acercó, pero no halló nada en ella, sino hojas solamente, y le dijo: “¡Nunca jamás nazca de ti fruto!”. Y al instante la higuera se secó» (Mateo 21: 19).

Siguiendo las reflexiones de ayer, aquí nos encontramos con uno de los actos más sorprendentes de Jesús, porque sería el único que podría ser juzgado de negativo. Jesús dice haber venido a este mundo a dar «vida abundante» (ver Juan 10: 10), y he aquí que causa (¿o predice?) el marchitamiento de un árbol.

Por eso siempre me interpela este pasaje de los Evangelios que, en nuestras Biblias, aparece subtitulado bajo el signo de una «maldición», aunque el texto no contiene en absoluto esa palabra. ¿Jesús maldijo a una higuera? ¿Cómo es posible que alguien como él pudiera hacer una cosa semejante?

Antes de juzgar tan extraño acto necesitamos escuchar atentamente el texto.

Este acto simbólico o parábola en acción hay que entenderlo en el marco de otros pasajes referidos a los frutos que Dios habría esperado de sus presuntos representantes. Les había dado muchas oportunidades (ver Luc. 13: 6-8), pero sus frutos seguían sin aparecer. «Vi a sus antepasados como a los primeros frutos de la higuera. Pero […] para vergüenza suya se apartaron de mí» (Ose. 9: 10, RVC). «Los eliminaré del todo […]. No quedarán uvas en la vid ni higos en la higuera, y se caerá la hoja» (Jer. 8: 13).

El marchitamiento anunciado por Jesús y confirmado al día siguiente no tenía la intención de dañar a un árbol inocente, sino la de despertar la conciencia de su pueblo dormido, abriendo sus ojos a su esterilidad espiritual y a su hipocresía. El árbol inútil era una ilustración impactante de su situación como representantes de Dios.

La parábola de la higuera estéril (ver Luc. 13: 6-9) que Jesús había contado un poco antes ya contenía la seria advertencia de que la misericordia y la paciencia divinas tienen límites. Esta higuera frondosa había recibido todos los cuidados y oportunidades, pero estaba ocupando un valioso terreno y aparentando una falsa lozanía, sin dar el fruto esperado.

El que un árbol estéril acabara siendo desechado no es pues un acto divino de insensible falta de respeto al mundo vegetal, sino un signo más del amor de Dios hacia la especie humana. Un intento más de sacudir las conciencias de sus presuntos portavoces, olvidadizos de su misión, que estaban a punto de desperdiciar su última oportunidad. Los discípulos comprendieron bien la lección del súbito fin de la higuera inútil. Sabían que el prodigio iba a facilitar la eliminación del estorbo: una higuera seca inutiliza el terreno que ocupa.

Señor, líbrame de contentarme, hoy y nunca, con apariencias engañosas.

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