
«Ahora enviaré al Espíritu Santo, tal como prometió mi Padre; pero quédense aquí en la ciudad hasta que el Espíritu
Santo venga y los llene con poder del cielo […]; y pasaban todo su tiempo en el templo, adorando a Dios» (Lucas 24: 49,
53, NTV).
En los primeros meses del año 2020, cuando el mundo sufrió un confinamiento casi universal debido a la pandemia de COVID-19, por miedo al contagio, la mayoría de los habitantes de mi país permanecimos confinados en nuestras casas durante varias semanas.
Desde mi balcón observaba el mundo, sin duda con otros ojos. Mirando las calles silenciosas y vacías, de pronto escuché, como no había escuchado desde hacía mucho tiempo, los trinos de un ruiseñor. Desaparecida la nube de humos contaminantes, el mar se veía tan resplandeciente como no lo recordaba. El cielo más azul, sin las habituales marcas de los aviones.
¿Por qué Jesús, antes de enviar su Espíritu sobre sus primeros discípulos, les pidió que se mantuviesen confinados durante un tiempo? Jesús acababa de ascender al cielo, desde donde les había prometido volver. Y les había pedido que se quedaran en la ciudad a esperar el cumplimiento de la primera parte de su promesa. «Luego que entraron, subieron al aposento alto donde estaban alojados […]. Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos» (Hech. 1:
13; 2: 1, RVR77).
Eso me hizo reflexionar. En lugar de ver los aspectos negativos de mi confinamiento y concentrar mi pensamiento en las limitaciones que me imponía, me dije que tal vez era una oportunidad de oro para aprovechar el tiempo adquirido y cambiar mi actitud ante la vida. Para revisar mis prioridades y valorar mucho más todo lo bueno que todavía seguía teniendo. Para animarme a tomar nuevas decisiones y determinar qué cambios debía realizar si deseaba crecer personalmente, progresar y avanzar.
Si no podía observar la naturaleza y su grandeza, confinado en mi parcela, al menos podía leer y meditar. Pasar más tiempo en oración me permitía volver a concentrarme en lo esencial. Tomar el tiempo para hacer balance y pensar en lo que quería hacer, en cómo quería ser de ahora en adelante, por ejemplo, y cómo llegar allí. Descubrir los obstáculos que me lo impedían y encontrar cómo sortearlos para superarlos.
Es decir, un poco como los discípulos, decidí abrirme al máximo a la influencia del Espíritu para dejarme llevar por él cuando llegase el momento.
Quiero compartir hoy mi oración con quien se encuentre confinado por la razón que sea. ¿Quién sabe si el Espíritu está esperando este momento para actuar más activamente en tu vida?
Señor, hazme sensible a la soledad de quienes hoy sin duda se sienten solos e incomprendidos incluso en mi más cercano entorno. Enséñame a compartir con ellos la absoluta seguridad de que estás con nosotros y que jamás nos dejas solos.

