El Dios que se ofrece para ser nuestro Padre
“Por su amor, nos predestinó para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad” (Efesios 1:5, RVR95).
Una de las bendiciones más generosas de Dios es haber tomado la decisión de adoptar como hijos suyos a todos los que pongan su fe en Cristo. No es que Dios haya mirado a todos los seres humanos y haya dicho: “A este y a aquella los escojo para que sean adoptados como mis hijos”. ¡No! Lo que él hizo fue asegurarnos que a todo aquel que va a Cristo se le dará el estatus de hijo adoptivo. ¿Has tomado ya la decisión de ir a Cristo?
Pablo se toma el tiempo de explicarnos que este es un acto soberano de Dios, motivado libre y exclusivamente por su amor, por “el puro afecto de su voluntad”. No es por azar; no es por algo extraordinario que nosotros hubiéramos hecho y que le hiciera sentir el deseo de tener hijos así. Tampoco se trata de que Dios se sintiera solo y quisiera tener hijos para paliar su soledad; ni de que algo triste le hiciera sentir pena por nosotros, y por eso decidiera llevar a cabo un acto de caridad. Si así hubiera sido, la adopción sería para unos pocos, mientras que muchísimos otros quedarían fuera del beneficio divino de manera arbitraria. Dios “desea que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Tim. 2:4).
El despliegue del amor de Dios para con el ser humano es la manifestación más evidente de su gracia. Ahora, tú puedes tener la certeza de que si crees en Cristo, si te entregas a él y lo amas de tal modo que desees servirlo, Dios te dará la posición y los privilegios de ser adoptado por él. Eso significa que te tratará como a un hijo, dándote el amor y la seguridad del afecto paterno para que crezcas y llegues a ser una persona madura y equilibrada. Significa que compartirá contigo todas sus cosas, pues los hijos adoptivos también son legítimos herederos de sus padres. No se trata de pasarte la mano por la cabeza y decirte: “Yo te quiero como a un hijo”; se trata del acto legal y formal de ir ante el juez, firmar los papeles necesarios y salir directo a casa para vivir para siempre como un verdadero hijo.
Cuando leo este texto doy gloria a Dios, porque no veo a un Dios que esté afanado por tener hijos como nosotros; lo que veo es a un Dios afanado porque todos nosotros tengamos un Padre como él.
Gracias PADRE por salvarme y hacer de mí el hijo de un padre como TU.