Palacio por tumba
“En él tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7).
¡Cuántas bendiciones obtenemos gracias a Jesucristo!
1-Somos redimidos. “Redimir” significa comprar y liberar mediante el pago de un precio. Millones de esclavos eran comprados y vendidos como cosas en el Imperio Romano. Algunos pocos hacían algo poco lógico: compraban un esclavo para redimirlo o liberarlo. Eso mismo hizo Jesús por nosotros. Y nos compró con su sangre, no con oro ni plata. Así, pagó el precio del rescate y nos libró de la esclavitud del pecado, de la condenación de la Ley y del poder del enemigo.
2-Somos perdonados. En el Día de la Expiación, el sacerdote confesaba los pecados del pueblo sobre el macho cabrío vivo y lo llevaba al desierto para que se perdiera. “Perdonar” significa “llevar afuera”. El enemigo trae nuestros pecados adentro, para destruirnos con la culpa. Dios los lleva hacia afuera, para reconstruirnos con el perdón. Ante la pregunta de Isaac “¿Dónde está el Cordero”, la respuesta de Abraham fue: “Dios proveerá” (Gén. 22:7, 8). Esto se cumplió en Juan 1:29: “¡Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!”
3-Somos instruidos. Se nos ha revelado el plan de Dios previsto desde antes de la fundación del mundo. Ni todos antes, ni todos ahora entienden lo maravilloso del plan divino. Es un misterio sagrado revelado para conocer la voluntad de Dios. El pecado nos separó de Dios y del hombre, pues todo lo dispersa; pero Cristo nos reconcilia y nos reunirá a todos en el final de los tiempos. Somos parte del gran programa eterno de Dios.
4-Somos herederos. Somos herencia en Cristo y tendremos herencia en su regreso.
El Taj Mahal, ubicado en India, es considerado una de las siete maravillas modernas del mundo. Pero lo más fascinante no está en el diseño, en su belleza o riqueza, sino en una historia. Es un monumento al amor, construido entre 1631 y 1654 por el Sha Jehan para su esposa la princesa Arjamand. El monarca le había prometido un palacio de magnificencia incomparable, pero ella falleció inesperadamente. No obstante, el dolorido esposo siguió adelante. Hoy aquel palacio es la tumba de la mujer amada con una inscripción que dice: “A la memoria de un amor imperecedero”.
Las bendiciones del Hijo nos redimen, nos perdonan, nos instruyen y nos hacen herederos. Este sí es un verdadero, incomparable e imperecedero amor. El pecado hizo de nuestro palacio una tumba, pero Dios transforma nuestra tumba en un palacio eterno. Vivamos agradecidos y comprometidos.