“Como la palabra del Señor lo había anunciado”
“Y tal como la palabra del Señor lo había anunciado por medio de Elías, no se agotó la harina de la tinaja ni se acabó el aceite del jarro” (1 Reyes 17:16, CST).
Los abominables actos idolátricos perpetrados por el rey Acab y su esposa Jezabel suscitaron la ira divina. En tales circunstancias, Elías profetizó: “¡Vive Jehová, Dios de Israel, en cuya presencia estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, hasta que mi boca lo diga!” (1 Rey. 17:1). A fin de evitar que el mismo profeta se viera afectado por la terrible sequía, el Señor le ordenó: “Apártate de aquí, vuelve al oriente y escóndete en el arroyo Querit, que está frente al Jordán. Beberás del arroyo; yo he mandado a los cuervos que te den allí de comer” (vers. 3, 4). Los cuervos le llevaban un banquete de “pan y carne por la mañana y por la tarde, y bebía del arroyo” (vers. 6). En tanto que la sequía iba dejando su estela de hambre y muerte por todo Israel, Dios había provisto comida y agua para su profeta.
No sabemos durante cuánto tiempo la mano de Dios sustentó directamente a Elías, pero en algún momento el Señor volvió a hablarle; ahora debía ser una fuente de bendición para otra persona, por eso le dijo: “Levántate, vete a Sarepta de Sidón y vive allí; ahí le he dado orden a una mujer viuda que te sustente” (vers. 9).
Elías tenía que abandonar la tierra de Israel e irse a morar a una ciudad pagana ubicada en la región de Sidón, un territorio gobernado por el padre de Jezabel, su principal enemiga. Esa era la zona del dios Baal. Y, para colmo, fue enviado a la casa de una mujer viuda y pobre. Entre ser alimentado por Dios o ir a buscar comida a la casa de una viuda idólatra, ¿qué habrías preferido tú?
Los caminos divinos son insondables para la inteligencia humana. Es mucho más sencillo ser servido que servir, ser bendecido que esforzarme por ser una bendición para alguien que no comulga con mis valores y creencias. Pero el profeta asumió su papel, enfrentó con fe la alteración de su comodidad y fue el instrumento que Dios usó para que ni la harina de la tinaja ni el aceite del jarro se acabaran en la casa de una mujer viuda. Y todo sucedió “como la palabra del Señor lo había anunciado” (1 Rey. 17:16).
Podemos confiar siempre en ella.