Un Dios muy amado por sus hijos
“Él es nuestro Dios; nosotros, el pueblo de su prado y ovejas de su mano” (Salmo 95:7).
En una ocasión, mientras se disputaba un partido de fútbol, ocurrió un incidente de muy mal gusto. Cuando llegó el momento de poner el himno nacional del equipo visitante, se escucharon las notas del himno nacional… ¡¡¡de otro país!!! El incidente fue recogido en los medios de comunicación, por lo que se hizo necesaria una disculpa pública por parte de los responsables del evento. Me surge una pregunta: ¿por qué un simple error humano generó tantas reacciones? Todos sabemos la respuesta: porque el himno nacional de nuestro país es algo importante para nosotros: representa identidad, dignidad, y por lo tanto no debe ser mancillado, ridiculizado ni confundido. Si algo pasa contra nuestros símbolos patrios, es como si pasara contra nosotros.
El Salmo 95 nos convoca a cantar a Dios un himno de adoración que le muestre nuestro compromiso indivisible con él. Nuestro canto debe incluir aclamaciones, expresiones de júbilo, palabras de alabanza, y esto debe hacerse con una actitud de veneración, respeto y humildad, que se demuestra al postrarnos en adoración. Entonces me surge otra pregunta: ¿Por qué es necesario todo esto para los momentos de adoración a Dios? Y la respuesta es contundente: porque nuestra identidad y nuestra dignidad como cristianos se deben al Dios que tenemos. Todo lo relativo a Dios es un asunto de vida para nosotros, y cuando se trata de él somos enfáticos, expresivos y totalmente comprometidos.
Nuestra simpatía y amor por Jehová se deben a cosas que van más allá de los sentimientos que inspiran un país o sus símbolos, por grandes que estos sean. Cuando decimos que él es nuestro Dios, lo que tenemos en mente es que él es más grande que todo y que todos; es el Rey de reyes, el único Dios, el Creador del cielo y de la Tierra y de todo lo que hay en ellos.
Nuestro Dios merece tener unos hijos y un pueblo que lo amen visiblemente, que lo adoren en forma pública y comprometida; y lo merece porque él lo ha hecho todo por nosotros. Dios no se avergüenza de su pueblo ni abandona a sus ovejas; no nos niega su poder y siempre nos provee de todas sus bendiciones. Él es el pastor que nos guía y nos cuida. ¡Entonces, ven, aclamemos con alegría, cantemos y adoremos a nuestro Dios para que el mundo sepa que lo amamos!