“Será feliz en lo que hace”
“El que no olvida lo que oye, sino que se fija atentamente en la ley perfecta de la libertad, y permanece firme cumpliendo lo que ella manda, será feliz en lo que hace” (Santiago 1:25, DHH).
En Santiago 1:23 vemos que el apóstol compara la ley con un espejo, diciendo que el que solo la oye pero no la practica, es como si “se mirara la cara en un espejo”. Después, declara “feliz” al que persevera en ella fijándose con atención y poniendo en práctica sus ordenanzas. Al usar la metáfora del espejo, el autor nos quiere decir que la ley no miente, que refleja apropiadamente cuál es nuestra realidad, y eso no nos gusta. Esto me recuerda la obra de Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray. En dicha obra el joven Dorian se las ingenia a fin de mantenerse joven y lozano todo el tiempo, pero los signos de decadencia que la gente no veía en su rostro, sí quedaban plasmados en el retrato. El retrato ponía de manifiesto lo que nadie podía percibir: su verdadera condición.
Así es la ley. Muchos podemos pretender que somos santos e inmaculados; no obstante, la ley de Dios exhibe ante el universo nuestro verdadero retrato. Uno puede pararse ante la ley y decirle: “ ‘Límpiame. Prepárame para el cielo’. ¿Podrá ella hacerlo? No, no hay poder en la ley para salvar al transgresor de su pecado. ¿Entonces qué? Cristo tiene que actuar como nuestra justicia” (Sermones escogidos, p. 106).
Pablo, el mayor defensor de la salvación por la fe, hizo declaraciones muy positivas respecto a la ley de Dios. En Romanos 7:12 declaró que la “la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno”. También dijo que “la ley es buena” (1 Tim. 1:8), que por medio de la ley “es el conocimiento del pecado” (Rom. 3:20) y que nuestra fe en Cristo no invalida la función de la ley (Rom. 3:31).
Cada vez que nos paremos frente al espejo de la ley, y contemplemos nuestra verdadera condición, no nos quedará más alternativa que clamar desde lo más profundo de nuestras almas: “Dios, ten compasión de mí, y perdóname por todo lo malo que he hecho” (Luc. 18:13, TLA).
Al vernos en el espejo de la ley, admitimos que somos pecadores, que necesitamos un Salvador, y que por amor a ese Salvador, obedeceremos su ley. Si lo hacemos, la promesa es que seremos felices.