Dios: el único dueño
“Del Señor es el mundo entero, con todo lo que en él hay, con todo lo que en él vive” (Salmo 24:1, DHH).
En el retrato de Dios que contiene el Salmo 24 se nos enseña una verdad contundente: Dios es el dueño de todo lo que existe. De labios del mismo David oímos también que “todo lo que está en los cielos y en la tierra es tuyo”; es decir, de Dios (1 Crón. 29:11). Esta es una verdad que todo creyente debe aceptar para vivir en forma sabia y relacionarse bien con Dios. De hecho, en la oración que Jesús nos dejó como modelo, nos invita a orar diciendo: “Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria” (Mat. 6:13).
Dios no necesita nuestro permiso para ser el dueño de todo lo que existe. Se trata de un derecho que adquirió el mismo día que creó este mundo con su poderosa palabra, y al hombre y a la mujer con sus propias manos. Él es el único Dueño de todas las cosas. Si reclamamos derechos de propiedad sobre alguna cosa creada, estaremos tratando de usurpar el lugar de Dios. Comportarnos como si fuéramos dueños es una actitud espiritualmente destructiva.
Lo sé, esto es más fácil de escribir que de creer y llevar a la práctica, porque me cuesta aceptar la idea de que mi casa no es mía; mi dinero y mi cuerpo no me pertenecen… ¿Y cómo es eso de que mi cónyuge no es mío ni mis hijos tampoco? Ciertamente nos sentimos dueños de cosas y personas… Pero, aunque nos cueste admitirlo, esta es la verdad: Dios es el dueño de todo; nosotros no somos dueños de nada.
Que podamos adquirir y disfrutar algunas cosas no nos da el derecho de propiedad. La luz del sol, la familia, nuestro cuerpo, están a nuestra disposición para que los disfrutemos con principios sanos, para que los cuidemos y los compartamos, pero no nos pertenecen. Si fuéramos dueños de nuestro propio cuerpo le ordenaríamos que parara de envejecer y nos obedecería. Pero es obvio que hay muchas cosas que, aunque aparentemente las “tenemos”, en realidad están más allá de nuestro control.
Dios nos recuerda que él es el dueño de todo, así que, no tiene sentido que vivamos obsesionados por adquirir y acumular. Un día tendremos que dar cuenta al verdadero Dueño del uso que hemos hecho de las bendiciones que nos dio. Mientras ese día llega, usemos cada recurso que él nos concede en una forma que le agrade y le glorifique. Cuidemos bien lo ajeno.