“El que anuncia la liberación”
“¡Qué hermoso es ver llegar por las colinas al que trae buenas noticias, al que trae noticias de paz, al que anuncia la liberación” (Isaías 52:7, DHH).
En su libro Obreros evangélicos, Elena de White cuenta un relato que parece haber llamado la atención de la gente de su tiempo. Dice ella que mientras se cavaba un pozo en algún lugar de Nueva Inglaterra, cuando el trabajo estaba casi completado, hubo un espantoso derrumbe y uno de los trabajadores quedó sepultado. De inmediato se dio la voz de alarma por todo el pueblo, y “mecánicos, agricultores, comerciantes, abogados se presentaron en el lugar para ayudar en las labores de rescate. La gente comenzó a traer palas, sogas, escaleras, y gritaban: ‘Sálvenlo, sálvenlo’ ”.
Tras horas de trabajo, los rescatistas lograron introducir un tubo y llamaron al hombre. De entre los escombros se oyó una voz que decía: “Estoy vivo, pero apresúrense. Es algo terrible estar aquí”. Llenos de alegría intensificaron las labores de rescate, “y por fin llegaron hasta él”. Y cuando hubo sido rescatado, “‘¡salvado! ¡salvado!’ era el clamor que repercutía por toda la calle del pueblo”. A renglón seguido, la señora White hizo esta reflexión: “Si el peligro de que se pierda una vida despierta en los corazones humanos tan intenso sentimiento, ¿no debiera la pérdida de un alma despertar una solicitud aún más profunda en los hombres que aseveran percatarse del peligro que corren los que están separados de Cristo?” (Obreros evangélicos, p. 31).
Con tal de llevar el evangelio a los que estaban en peligro de perder la vida eterna, el apóstol Pablo estuvo “en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos” (2 Cor. 11:26). ¿Y por qué se arriesgaba tanto el apóstol? Porque creía que en él se cumplía la promesa: “¡Qué hermoso es ver llegar por las colinas al que trae buenas noticias, al que trae noticias de paz, al que anuncia la liberación” (Isa. 52:7, DHH).
Todos estamos cerca de alguien que ha caído en el pozo del pecado; de una persona que se siente desesperada porque es horrible vivir sin Dios y sin esperanza.
¿Qué estamos haciendo para ayudarlos? Si eres uno de los caídos en el abismo de la maldad, recuerda que en Cristo hay liberación, que hoy puedes exclamar: “¡Soy salvo, soy salvo!”
Amén