
«Entonces habrá […] en la tierra angustia de las gentes, confundidas […]. Los hombres quedarán sin aliento por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra» (Lucas 21: 25-26).
Los diccionarios definen la angustia como un estado de inquietud, aflicción o congoja intensas, causado por algo que se teme, como la amenaza de una desgracia o de un peligro ante el que nos sentimos impotentes.
Esta palabra de Jesús nos llega a través de Lucas, alguien llamado por Pablo «el médico amado» (Col. 4: 14). Este profesional de la salud habla concretamente, en su original griego, de «angustia de las naciones». Los desquiciamientos de la tierra, como signos anunciadores del fin, provocan un estado de alarma que no solamente afecta a los individuos, sino que además crea un inquietante desconcierto a nivel de las naciones, que no saben cómo hacer frente a los problemas que se les vienen encima.
Nos hacemos una idea aproximada de lo que Jesús nos anuncia aquí cuando recordamos el impacto causado a nivel mundial en 2020 por la expansión de un brote de coronavirus. La pandemia ocasionó una angustia a nivel de las naciones, de dimensiones planetarias.
Es habitual en situaciones de angustia que los individuos nos dejemos dominar por instintos y emociones, especialmente por el miedo. Cuando el pánico nos nubla la razón, cuesta volver a recuperar la serenidad, porque la sensatez necesita tiempo para imponerse y las circunstancias extremas suelen dictar una urgencia que no deja tiempo para la reflexión.
Cuando estamos angustiados, todo nuestro organismo sufre: el corazón se acelera, sentimos presión en el pecho, la respiración se altera, hay quienes no pueden controlar sus temblores, etcétera. Y cuando la angustia contagia a todo un país, las repercusiones psíquicas son aún más peligrosas: las noticias contradictorias nos hacen temernos lo peor, y a la angustia se añade la ansiedad por no saber qué nos depara el futuro.
Lejos de Dios, la angustia nos acecha, como ya había advertido Moisés a Israel si se apartaba de sus caminos: «Tendrás la vida pendiente de un hilo; y estarás aterrado de noche y de día, y no tendrás seguridad de tu vida» (Deut. 28: 66, NBLA)
Pero las palabras de Jesús recogidas por Lucas nos invitan a enfrentar hasta las peores situaciones colectivas con serenidad: «Cuando esto comience a suceder, anímense y levanten la cabeza, porque su redención estará cerca» (Luc. 21:
28, RVC).
Aun en situaciones de emergencia, cuando lo normal es sentirse confundido, asustado o irritable, cuando el miedo se instala en torno nuestro por la «angustia de gentes», Jesús nos invita a compartir nuestra paz y nuestra esperanza, porque nuestra redención se acerca.

