Dios, al que ama, lo castiga
“El Señor reprende al que ama, como el padre al hijo a quien quiere” (Proverbios 3:12).
Resulta difícil asociar la idea de un Dios bueno y misericordioso con la palabra “castigo”. Esta dificultad será más grande si la persona que hace la asociación ha tenido una experiencia negativa con el castigo. Para más de uno, castigo es algo que solo significa dolor, sufrimiento, opresión y maldad, por lo que le resulta difícil entender que alguien que lo ama, a la vez pueda castigarlo. Pero eso es exactamente lo que dice la Biblia: Dios nos castiga porque nos ama. La razón es porque tiene un corazón de Padre hacia nosotros; nos considera sus hijos muy queridos, lo cual lo lleva a tomar cartas en el asunto ante cualquier situación que tenga el potencial de dañarnos de cara a la salvación.
Cuando se usa la palabra “castigo” relacionada con la persona de Dios, se hace en el sentido que recoge el diccionario de “reprensión, aviso, consejo, amonestación, corrección, ejemplo, advertencia, enseñanza”.30 Cuando Dios “castiga” es porque procura disciplinar/enseñar/corregir/aconsejar, y no producir sufrimiento. Esa disciplina tiene el objetivo, como indica el resto de Proverbios 3, de que crezcamos en su sabiduría, para que aumente nuestra paz, para que gocemos de muchos años de vida sin apartarnos de la misericordia ni la verdad, para que aprendamos a confiar en Dios y no en nuestra propia inteligencia, para que lo reconozcamos en todos nuestros caminos y para que nos apartemos del mal.
Lo que sabemos de Dios nos impide pensar que haga algo con el propósito de producir sufrimiento sin más. Su propósito es disciplinarnos para que corrijamos nuestros errores y tomemos responsabilidad de nuestros actos. Para ello usa su Palabra, la influencia de su Espíritu y las circunstancias que nos rodean. Y aunque “ninguna disciplina parece agradable sino penosa”, ni ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo sino de tristeza” (Heb. 12:11), sabemos que la disciplina de Dios santifica, produce frutos, nos disuade de hacer el mal y nos incita a hacer el bien, y sobre todo, manifiesta el amor paternal de Dios hacia nosotros.
“No te canses de que él te corrija” (vers. 11), porque esa corrección tiene resultados eternos si, como un hijo obediente que confía en el amor de su padre, te dejas enseñar por él. “Si el Señor nos castiga es para enmendarnos, para que no seamos condenados con el mundo” (1 Cor. 11:32). Y esto, lejos de ser malo, es una muy buena noticia.
30* Ver acepciones 4 y 5 de la palabra “castigo” en el Diccionario de la lengua española en línea, https://dle.rae.es/castigo.