“Te he dado por luz de las naciones”
“Te he dado por luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta lo último de la tierra” (Isaías 49:6).
Muchos han asociado el cristianismo con una vida monástica o ermitaña. Dicen que el primer ermitaño cristiano fue Pablo de Tebas (228-342). Este hombre, cuando apenas tenía veintidós años de edad, “se encerró en una cueva y permaneció en ella hasta el 340”.¹⁹⁵ ¡Vivió casi toda su vida lejos de la gente! Y lo hizo pretendiendo ser cristiano. ¿A quién alumbró encerrado en una cueva? Simón el estilita es otro ejemplo clásico de este tipo de creyentes. Luego de haber sido un anacoreta durante algo más de una década, Simón se subió a una columna de 22 metros de altura por 1,20 de diámetro, donde vivió durante treinta años. Esta gente escondió la luz que Cristo les había dado. Tomaron su lámpara y la colocaron debajo de la mesa, donde no podía alumbrar a nadie. Y lo triste es que todavía hoy, en pleno siglo XXI, hay gente que sigue creyendo que la vida cristiana consiste en enclaustrarse y no tener ninguna relación con quienes difieren de nuestra manera de pensar y de vivir.
Me pregunto qué habría sido del mundo si Juan el Bautista se hubiera quedado para siempre en el desierto de Judea; o si Cristo no hubiese puesto fin a sus cuarenta días de ayuno. Qué habría sido del evangelio si Pablo se hubiera quedado en su retiro en Arabia. Qué habría sido de la Reforma si Lutero no hubiera salido del monasterio a proclamar la verdad de la salvación por la fe en Jesús. La vida cristiana es una vida activa, su influencia debe dejarse sentir. Finalmente, ¿qué será de este mundo si usted y yo no lo alumbramos?
Jesús quiere que los cristianos seamos conscientes de lo que somos y de lo que significamos para el mundo. ¿Y qué somos? Somos “la luz del mundo” (Mat. 5:14). Por medio del profeta, el Señor declaró: “Poco es para mí que solo seas mi siervo para levantar las tribus de Jacob […]. Te he dado por luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta lo último de la tierra” (Isa. 49:6).
Eres un regalo que Dios ha dado al mundo, ¡no te puedes esconder! Eres el instrumento portador de la luz que ha de alumbrar a una sociedad que vive en completa oscuridad.
195 John Fletcher y Alfonso Ropero, Historia general del cristianismo (Barcelona: Editorial CLIE, 2008), p. 99.
Amén, Señor usame