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«Había en la sinagoga de ellos un hombre con espíritu impuro, que gritó: «¡Ah! ¿Qué tienes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres: el Santo de Dios». Entonces Jesús lo reprendió, diciendo: «¡Cállate y sal de él!». Y el espíritu impuro, sacudiéndolo con violencia y dando un alarido, salió de él» (Marcos 1: 23-
26).
Tenemos muchas evidencias de que algunos enfermos de difícil diagnóstico están siendo perturbados por poderes maléficos. No nos extraña que el diablo se considere, de algún modo, dueño de este mundo (ver Mat. 4: 9). Precisamente por eso, ya en su intervención previa en la sinagoga de Nazaret, Jesús presenta su ministerio como un proyecto de rescate: quiere liberarnos del poder de las fuerzas del mal. Su predicación es una proclamación gozosa de que la victoria del bien ya está en marcha, un anuncio público de que el proyecto de salvación divino ha empezado a hacerse realidad (ver Luc. 4:
18-19).
Para demostrar que la reconstrucción del reino de Dios no es el deseo piadoso de un visionario, en la sinagoga de Capernaúm Jesús pasa del anuncio al acto. Porque en él palabra y acto van juntas. Allí mismo, en el lugar donde se invoca a Dios, se encuentra a un poseso. El evangelista dice que tenía un «espíritu impuro» (Mar. 1: 23). Hasta qué punto su estado era fruto de un poder sobrenatural o consecuencia de sus propios desvaríos, no podemos saberlo. ¡Ambas cosas van juntas tantas veces!
Muchos no prestan atención a estos relatos de los Evangelios por considerarlos portadores de supersticiones populares desfasadas. Pero Jesús siempre toma en serio la realidad del sufrimiento, incluso de quienes padecen o creen padecer alguna forma de «posesión», del tipo que sea. Jesús deja bien claro que sean cuales sean las causas de nuestros desarreglos, físicos, mentales o espirituales, y la fuente de los poderes que nos dominan, Dios es más fuerte. Y quiere liberarnos de cualquier opresión o posesión, ya destruya nuestro cuerpo, trastorne nuestra mente o atormente nuestro espíritu.
Como en el caso del poseso de Capernaúm, Jesús sigue hoy deseando doblegar las fuerzas que parecen dominarnos, acallar las voces interiores que nos torturan o desquician, y devolvernos el equilibrio, la salud y la paz. Y desea hacerlo sin que suframos en la terapia «el menor daño» (ver Luc. 4: 35).
Líbrame, Señor, de influencias maléficas, y hazme solidario con quienes luchan en las sombras contra males que escapan a nuestros diagnósticos.