Un Dios que promueve la paz
“Sométase toda persona a las autoridades gobernantes, porque no hay autoridad sino de Dios, y las que existen fueron establecidas por Dios” (Romanos 13:1).
El texto de hoy hace surgir un nítido retrato de un Dios que ha provisto a los seres humanos principios de vida que nos permiten convivir en paz y mutua comprensión. Los principios implicados aquí son la sumisión a la autoridad y su uso correcto. Estos principios, bien entendidos y practicados, son la base del entendimiento y la paz en el hogar, en la iglesia, en las instituciones y las empresas, y en la sociedad en general.
El Señor es un Dios de orden, y para garantizar ese orden en un mundo habitado por personas con problemas de egoísmo, orgullo y rebeldía, ha establecido ciertos poderes o autoridades. Esto significa que ha permitido a determinadas personas ostentar autoridad sobre otras, con el propósito de que procuren el bien común, eviten la supremacía de la maldad, y protejan y defiendan a la gente de bien y a los necesitados. Para que este plan de Dios funcione, es necesario que todos estemos dispuestos a someternos a las autoridades debidamente constituidas. Este es un mandato de Dios que está en sintonía con la forma en que él quiere que vivamos. Obviamente, no tiene nada que ver con someterse a personas que, habiendo usurpado el poder, lo usan para despropósitos originados en sus mentes desequilibradas, muchas veces contrarios a las leyes de Dios. La obediencia a la ley de Dios es superior a todo otro tipo de obediencia.
Las autoridades, para ser auténticas y dignas de respeto, deben ser debidamente establecidas y dedicadas a construir el bien común. A estas autoridades Dios espera que nos sometamos. Los cristianos no debemos ser irrespetuosos ni tener problemas para reconocer a las personas que dirigen. Esos problemas los tienen los que son guiados por el enemigo, que se rebeló contra la autoridad de Dios en el mismo Cielo y desde entonces promueve la anarquía y el desorden. Por eso es que la falta de respeto, la rebeldía y la delincuencia son tan comunes. Y por eso Dios nos pide a sus hijos que vivamos guiados por principios mucho más elevados.
¿Cómo serían el mundo, los hogares, las instituciones, las empresas y las iglesias, si todos, dirigentes y dirigidos, siguiéramos este plan trazado por Dios? Vivamos “como libres, y no usen la libertad para cubrir la malicia, sino vivan como siervos de Dios. Honren a todos. Amen a los hermanos. Teman a Dios. Honren al rey” (1 Ped. 2:16, 17).