El Dios que siempre nos ampara
“El que hizo el oído, ¿no oirá? El que formó el ojo, ¿no verá?” (Salmo 94:9).
Una de las cualidades más lindas de nuestro Dios es su amor por sus hijos. El Señor ha colmado la Biblia de promesas y declaraciones que procuran recordarnos su constante protección. Esas son palabras de las que aferrarnos cuando nos toque vivir experiencias donde parece que Dios está ausente. Así nos lo hacen creer nuestras emociones y sentimientos, pero la realidad de lo que sucede tras el telón es bien distinta.
En el Salmo 94, el autor pide a Dios que ejecute venganza contra los enemigos de su pueblo. Las circunstancias le parecían indicar que Dios no estaba pendiente de la situación. Pero en medio de su angustia, el salmista muestra seguridad en que Dios “no abandonará a su pueblo ni desamparará su heredad” (vers. 14). Este salmo nos da buenas razones para que no nos paralice el dolor y para lograr salir de la desesperanza. La receta es una mezcla de sentido común y fe.
Sentido común. Muchas veces nos es difícil mantener el sentido común en medio de circunstancias que no son comunes, por eso no debemos olvidar las realidades que sabemos acerca de nuestro Dios. Una de esas realidades es que Dios nunca abandona a sus hijos. El salmista se anima recordando que Dios nos creó (hizo nuestro oído y formó nuestro ojo, vers. 9), por tanto, es una insensatez pensar que se olvidará de nosotros. También sabemos que Dios es justo, por eso no permanecerá indiferente ante la injusticia. Sabemos que él es omnisapiente, por lo que sabrá buscar una forma de ayudarnos a enfrentar cualquier situación. Dios sabe que necesitamos corrección e instrucción por la vanidad de nuestros pensamientos (vers. 11 y 12), y todo esto debe hacernos confiar en que no nos abandonará.
Fe. Junto con lo que nos dice el sentido común sobre la base de lo que sabemos de Dios, está también la certeza de que Dios mismo nos da la fe, que es la creencia en lo que no podemos ver. La fe nos lleva a decir, como el salmista: “Cuando dije: ‘Estoy a punto de caer’, tú, Señor, por tu bondad me sostuviste” (vers. 18, RVC); “Cuando me vi abrumado por la angustia, tú me brindaste consuelo y alegría” (vers. 19, RVC); “Tú, Señor, eres mi refugio; eres mi Dios y la roca en que confío” (vers. 22, RVC).
Sea cual sea la situación por la que estés pasando, si puedes aplicar a tu vida esta receta –sentido común y fe–, tendrás la certeza, al igual que el salmista, de que Dios nunca te desamparará.