Dios sana tus heridas
“Sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas” (Salmo 147:3).
Uno de los retratos más lindos de Dios que tenemos en su Palabra es el que lo muestra como el gran Médico de nuestra vida, que llega corriendo a nosotros, con su botiquín de emergencias y primeros auxilios en mano, para poner puntos de sutura en las heridas abiertas y vendarlas con esmero para que no se infecten. ¿No es acaso esta una imagen preciosa de nuestro Creador?
Si de algo hay en abundancia en este mundo nuestro es de personas que tenemos o hemos tenido alguna vez el corazón roto, que vamos por la vida cargando viejas y nuevas heridas que aún sangran y duelen. El mayor problema con esas heridas es que, si no son sanadas, se convierten con el tiempo en raíces de amargura (se “infectan”). Estas raíces crecen y crecen, y cuando ya no encuentran hacia dónde crecer, entonces brotan hacia fuera y contaminan la vida no solo de la persona que las tiene sino también las de aquellos que la rodean.
Tener el corazón quebrantado y el alma herida tiene que ver con dolor emocional; con pensamientos, sentimientos y deseos que nos hacen daño; con tristezas causadas por realidades de las relaciones humanas… ¿Tienes tú hoy el alma herida como resultado de malas decisiones que tú mismo tomaste y de acciones indebidas que cometiste? ¿O tienes hoy el corazón roto por heridas que otros te causaron y no logras comprender cómo fueron capaces de dañarte así? Sea cual fuere el caso, tengo una gran noticia para ti: Dios ve tu dolor y viene a sanarte. Dios es el Médico que quiere intervenir en ti para que no crees depósitos de amargura en tu interior, para que te alejes de todo resentimiento, e incluso del odio. Dios es el bálsamo que necesitas para sanar, para olvidar y para perdonar a los que te han herido alguna vez, o para perdonarte a ti mismo por los errores del pasado.
Jesús dijo que había venido a esta Tierra, en representación de su Padre, para dar cumplimiento a las palabras registradas en el capítulo 61 del libro del profeta Isaías que, entre otras cosas, dice: “Me ha enviado a predicar buenas noticias a los pobres, a vendar a los quebrantados de corazón”. Entendámoslo para siempre: el quebrantamiento del corazón y las heridas del alma solo tienen una cura, un médico y una solución definitiva: Cristo Jesús. Si no acudimos a él, la amargura y el odio nos rondarán para apoderarse de nuestra mente. No permitas que sea tu caso. Llama al gran Médico.