
Pacto de amor
«Luego tomó el pan, lo partió, dio gracias y les dio, al tiempo que decía: “Esto es mi cuerpo, que por ustedes es entregado; hagan esto en memoria de mí”. De igual manera, después de haber cenado tomó la copa y les dijo: “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por ustedes va a ser derramada”» (Lucas 22: 19-20, RVC).
Tras la partida de Judas, al quedarse un asiento vacío en la mesa, los discípulos se acercan más entre sí, en torno al Maestro. En ese momento solemne, con los ojos bien abiertos, en la penumbra de la noche, quieren captar, más allá de lo que ven, el misterio de lo que no entienden.
Juan se inclina hacia Jesús y el latido acelerado de su corazón inquieta al discípulo amado.
Las palabras del Maestro resuenan con un eco de eternidad en cada momento de esa cena. En esta Pascua especial se encarnan las promesas del pasado, la historia se realiza en el presente y el porvenir se anticipa.
La alianza eterna está a punto de ser renovada. Pero solo el Maestro lo sabe. Aunque Juan el Bautista ya había revelado a Israel que Jesús era «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Juan 1: 29), es decir, el Mesías anunciado en el cordero pascual, nadie en este grupo sospecha que eso apunta, directamente, a su sacrificio.
Jesús atrae a sí, sobre la mesa, la copa de bendición y un simple pan sin levadura. Desplazando la atención de sus discípulos del cordero pasado al Salvador presente, del símbolo a la realidad, el Maestro los sorprende al centrarse en los elementos de la cena menos desgastados por la tradición pascual.
Y distribuye el pan y el vino entre los suyos con estas nuevas palabras: «Este pan es como mi cuerpo, que por ustedes va a ser partido. ¡Cuánto deseo darles vida eterna, aun a costa de entregar la mía! Este vino que vierto de mi copa en las suyas representa mi sangre, que por ustedes va a ser derramada. ¡Cómo quisiera hacerles una transfusión de vida! ¡Cómo quisiera compartir con ustedes mi gozo, ese que el sufrimiento que viene no podrá arrebatarme, de saber que un día compartiremos la felicidad eterna! Hagan esto en memoria de mí. Todas las veces que celebren esta cena, mi muerte recuerdan hasta que vuelva».
En la sencillez extrema de estos símbolos Jesús se hace presente también hoy, cada vez que celebramos la Cena del Señor. En cada gesto de amor hacia nosotros, Jesús se da. Se nos da. Con estos símbolos de su cuerpo torturado y de su sangre derramada por nosotros, nos da la seguridad visceral de su amor. Y eso nos hace seguir creciendo en amor…
Hasta que vuelva.