Dios tiene contentamiento en ti
“El Señor se complace en su pueblo, hermosea a los humildes con la salvación” (Salmo 149:4).
Satanás ha hecho todo cuanto ha podido por pintarnos un cuadro que nos lleve a pensar que Dios es un ser intolerante y rígido con sus hijos, que establece leyes que no pueden cumplirse para luego gozarse en castigar a quienes no las cumplen. Al enemigo le gustaría que todos pensáramos que Dios se siente frustrado con nosotros, que le somos un fastidio como hijos y como pueblo, y que lo único que le producimos es vergüenza y enojo. Pero no es este el retrato de Dios que nos presenta la Biblia.
Las Sagradas Escrituras nos dicen que Dios “se deleita” (LBLA), “se complace” (DHH), “se goza” (NBV), “es feliz” (PDT), “se agrada de” su pueblo. Es decir, que Dios siente alegría por todos nosotros que creemos en él y confiamos en su providencia. A Dios le produce contentamiento saber que somos de él. Este contentamiento no lo producen lo bonitos que somos o lo limpios que estamos, sino a pesar de que somos todo lo contrario. De hecho, el versículo añade que Dios está tan contento que ha decidido hermosear a sus humildes hijos. Esto indica que cuando nos encontró, no estábamos precisamente hermosos; que cuando llegamos a él, nos faltaba un poquito aquí y otro poquito allá. Pero aun así le produjo gozo tenernos. Y lo que nos falta (a saber, la salvación), nos lo dará. La salvación hace por nosotros lo que no somos capaz de hacer por nosotros mismos, nos da lo que no tenemos ni podemos conseguir de otro modo.
La idea de un Dios que está contento con nosotros nos ayuda a entender que le agrada darnos sus bendiciones, prosperarnos, sanarnos y, por supuesto, salvarnos. La naturaleza de Dios lo predispone a ser bondadoso con nosotros. Nuestro Dios no está enojado porque somos pecadores, sino que su ira es contra el pecado. Él “se acuerda de que somos polvo” (Sal. 103:14), y por eso su trato hacia nosotros siempre es misericordioso.
A Dios le encanta ver a sus hijos crecer en lo espiritual: en bondad, perseverancia, paciencia, consagración y esfuerzo constante. Es un gozo para él ver que los que lo aman, lo temen y lo sirven, son bendecidos abundantemente. Lo que el apóstol Juan deseaba para un hermano a quien amaba es idéntico a lo que Dios desea para ti: “Que seas prosperado en todo así como prospera tu alma” (3 Juan 1:2, LBLA).