Perfumados
“Pero gracias a Dios, que nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y que por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento” (2 Corintios 2:14).
Pablo pasa de una narración preocupante a un himno de victorias. Y lo primero que hace es agradecer a Dios. Describe esta victoria con una figura de sus días. Un victorioso general romano entra en la capital del Imperio desfilando con orgullo con sus trofeos de guerra, mientras los exhibe a los espectadores, para vergüenza de los perdedores. A su paso, la gente echaba flores por el camino, mientras los sacerdotes paganos quemaban especias y movían sus incensarios en gratitud a Júpiter y Marte por la victoria otorgada.
Estas dulces fragancias llenaban el aire, así como también inflaban el pecho de los vencedores. Adelante desfilaba el grupo de los perdonados, seguido por los condenados. Los perdonados se transformaban después en servidores del Imperio. Los cautivos encadenados al final del desfile eran ejecutados como un tributo al conquistador. Para los perdonados, la dulce fragancia era un olor de vida, pero para los ajusticiados era olor de muerte.
Para Pablo, Dios es el Comandante que lo lleva de la cautividad y la muerte a la liberación y la vida. El apóstol describe el olor de esta ofrenda con las mismas palabras utilizadas en el Antiguo Testamento: fragancia y aroma, que caracterizaban los sacrificios ofrecidos a Dios. Ese cautivo perdonado y liberado por la gracia de Dios se compromete a vivir y a servir a su Comandante a fin de esparcir por doquier la fragancia de las buenas nuevas de Cristo, el grato, o buen, olor de su conocimiento.
Así, este conocimiento no es solo saber; incluye amar, servir y obedecer exhalando una fragancia que penetra todo lugar, llega a todas las personas, todo el tiempo de vida hasta la misma muerte. Cuando Policarpo fue quemado en la hoguera, se dice que al quemarse desprendía un olor fragante y agradable. Porque el fiel vive y muere perfumando y testificando.
El aroma del evangelio penetra de tal modo que cada uno escoge ser parte de los que se salvan o de los que se pierden, eligiendo la vida o la muerte.
¿Qué fragancia exhala nuestro carácter? ¿Contaminamos o perfumamos? ¿Dispersamos o atraemos? Elena de White nos recuerda y desafía: “En el don incomparable de su Hijo, ha rodeado Dios al mundo entero en una atmósfera de gracia tan real como el aire que circula en derredor del Globo. Todos los que quisieren respirar esta atmósfera vivificante vivirán y crecerán hasta la estatura de hombres y mujeres en Cristo Jesús” (El camino a Cristo, p. 67).