Dios es Rey
“El Señor es Rey eterno y para siempre” (Salmo 10:16).
Uno de los títulos más usados en la Biblia para referirse a Dios es el de Rey. Entre otros retratos como monarca, se describe al Señor como “Rey de reyes”, “Rey de gloria”, “Rey justo”, “Rey del cielo”, “Rey de Israel”, “Rey de las naciones” o “Rey eterno”. Es evidente, pues, que la imagen de un rey nos ayuda a entender un poco más cómo es Dios y cómo actúa.
Ver a Dios como rey es verlo como alguien cuya autoridad no le fue dada por otro, y por lo tanto, no responde a nadie. Él es su propia ley, y no necesita consultar a otros ni esperar que un tercero lo autorice a actuar o a tomar una decisión.
El retrato de Dios como Rey nos habla de un estatus; porque ser rey no es un cargo o una función, sino un estatus. Dios no tiene el trabajo de rey ni el puesto de rey, Dios es el Rey.
Entender que Dios es tu Rey es también aceptar que tú eres su súbdito, que estás bajo sus órdenes y sus leyes, y que hacer algo contrario a ellas es considerado rebelión. Frente al rey, las únicas opciones para los súbditos son la obediencia o la rebelión.
Nuestro Rey aparece retratado también como “eterno”. Los reyes de este mundo tienen estatus de por vida. Aun cuando abdiquen por la edad, el estado de salud o por alguna razón sociopolítica, siguen recibiendo el título de “rey emérito” hasta que mueran. En el caso de nuestro Dios, él es inmortal, él es y será siempre Rey, sin abdicaciones, sin derrocamientos, sin inestabilidades de ningún tipo.
Esto último nos debe hacer pensar en dos cosas: 1) Si Dios es y será Rey para siempre, entonces el verdadero éxito en la vida consiste en aprender a someterse a él y a vivir en obediencia a sus leyes, porque no existe la posibilidad de que podamos cambiarlas ni anularlas. 2) Si Dios es Rey para siempre, entonces él puede ofrecer a sus súbditos un reino eterno, porque él mismo lo garantiza.
A donde vayas hoy, no olvides quién tiene el poder. No olvides que eres súbdito del Rey de reyes, que gobierna sobre la base del amor y la gracia. Y también recuerda que estás de paso en este mundo, porque vas rumbo al Reino que nunca se acabará. ¡Allá nos vemos! ¡Que viva el Rey!
Que viva el rey amén