“El maligno no lo toca”
“Sabemos que el que tiene a Dios como Padre, no sigue pecando, porque el Hijo de Dios lo cuida, y el maligno no lo toca” (1 Juan 5:18, DHH).
René Spitz, el psiquiatra que se especializó en conducta infantil, realizó varios estudios que ponen de manifiesto lo vital que resulta para nosotros el contacto físico. En 1945 se dio a la tarea de investigar un orfanato conocido por su especialidad en evitar que los niños contrajeran enfermedades. “Los niños recibían alimentación y atención médica de muy buena calidad, pero, a fin de reducir su contacto con microbios, prácticamente se evitaba tocar a los niños”. ¿Y qué pasó después? Dice David Brooks que “el 37 % de los bebés murió antes de cumplir dos años”.¹⁹⁹ En un reportaje de la BBC, Robin Dubar, profesor de Psicología de la Universidad de Oxford, asegura que el contacto físico es “verdaderamente fundamental” para los seres humanos.
Jesús conocía perfectamente el poder que tiene tocar al ser humano (particularmente al ser humano indefenso o que sufre). A lo largo de su ministerio terrenal lo vemos tocando a los que nadie quería tocar: a los excluidos, a los marginados por los sistemas políticos y religiosos, a los niños… “Le presentaban niños para que los tocara, pero los discípulos reprendían a los que los presentaban. Viéndolo Jesús, se indignó y les dijo: ‘Dejad a los niños venir a mí’ ” (Mar. 10:13, 14). A dos ciegos que le pedían que tuviera misericordia de ellos y los sanara, Jesús “les tocó los ojos” y los sanó (Mat. 9:29). En la pagana región de Tiro, “le metió los dedos en los oídos” y le tocó la lengua a un sordomudo (Mar. 7:33). Y el toque más asombroso ocurrió cuando “un hombre lleno de lepra” le pidió que lo sanara. “Jesús entonces, extendiendo la mano, lo tocó, diciendo: ‘Quiero, sé limpio’. Y al instante la lepra se fue de él” (Luc. 5:13).
Dios se especializa en tocarnos. El Señor tocó a Elías cuando este se hallaba solo, huyendo para no perder la vida (ver 1 Rey. 19:3, 5). Tocó los labios de Jeremías cuando el profeta se sentía incapaz de asumir su misión (ver Jer. 1:9). Cuando Daniel estaba adolorido y sin fuerzas, el Señor lo tocó, y quedó fortalecido (ver Dan. 10:18).
Y hoy tú también puedes sentir el toque del Señor y acogerte a la promesa de que “el maligno no [te tocará]” (1 Juan 5:18).
199 David Brooks, “El poder del contacto físico”, The New York Times (25 de enero de 2018).