El Dios de las cuentas claras
“Entonces el señor le dijo: ‘Mal siervo, de tu boca te juzgo. Sabías que soy severo, que tomo lo que no puse y siego lo que no sembré. ¿Por qué no diste mi dinero al banco, para que al volver yo lo recibiera con los intereses?’ ” (Lucas 19:22, 23).
Dios no renuncia a su derecho de juzgar aun a aquellos que no creen en él, no lo buscan, no le temen ni lo aman. Esto demuestra que Dios se reconoce como dueño y señor de todo, incluyendo a los seres humanos. También demuestra que nos considera sus siervos o administradores, sin importar si lo aceptamos, lo creemos o si lo hacemos bien o mal. Puedes hacer y decir lo que quieras, pero no podrás evitar que Dios te juzgue. Dios no es ese tipo de juez que puedes inhabilitar levantando algún subterfugio legal o presentando acusación contra él. Dios es el Juez y va a cumplir su función a pesar de lo que nosotros pensemos al respecto.
Dios no acepta como buenas y válidas la pereza ni la inutilidad. El texto de hoy nos presenta a un siervo que salió muy argumentador, pero Dios lo enfrentó en sus propios términos: “Usted dice que soy severo, que tomo lo que no puse, que cosecho lo que no sembré. Pero ahora déjeme decirle lo que yo creo. A mí me parece que usted ni siquiera cree eso de mí, porque si lo creyera hubiese hecho algo para cuando yo viniera a buscar mi capital. Pero no hizo nada, así que, yo creo que su problema es de pereza e inutilidad. Yo le di a usted la oportunidad y le di con qué aprovecharla; aquí el problema es usted, que no hizo nada con lo que le di. Queda condenado por su propia boca. Lo demás son excusas para justificar su pereza. Puede pensar lo que quiera de mí, que yo por eso no lo condeno. Ahora bien, por ser perezoso e inútil sí, queda condenado, porque una actitud así arruinaría mi reino como ha arruinado la vida suya”.
Finalmente, el texto sugiere que Dios espera lo mejor de nosotros: él espera que le llevemos ganancias. No menos que eso. “¿Por qué no pusiste mi dinero en el banco para que al volver yo, lo recibiera con intereses?” Nunca debemos olvidarlo: la ley de la vida en Cristo es servirlo y serle útil, y el resultado mínimo que él espera es que produzcamos ganancias para su Reino.