
El triunfo de la luz
«La luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no prevalecieron contra ella» (Juan 1: 5 RVR77).
Hoy descubro con alegría que a partir de ahora las horas de día van a ser más largas que las de noche. Estamos pasando en este momento lo que, en el hemisferio norte, se llama «el equinoccio de primavera». A partir de mañana la duración del día empezará a ser más larga que la de la noche…
Sé que esto es una simple constatación de algo tan banal en el funcionamiento de nuestro planeta Tierra que muchos sin duda encontrarán poco justificada mi modesta alegría. Pero tengo mis razones para preferir la primavera al invierno.
Veo mal en la oscuridad y evito conducir de noche. No me gusta moverme en las tinieblas y procuro aprovechar al máximo la luz natural. Pero eso no impide que una buena parte del año me levante para trabajar bastante antes del amanecer. Eso me permite disfrutar, a menudo, del maravilloso espectáculo del triunfo diario de la luz sobre las tinieblas. Hoy ese triunfo me anuncia días más largos durante buena parte del año… Será un triunfo pasajero en mi calendario, pero para mí es también un símbolo de algo más.
Me encanta observar desde mi balcón la salida del sol sobre el mar. Disfruto saboreando ese momento mágico en el que este rincón del mundo pasa de la oscuridad de la noche a la gloriosa luz del día, sin que nada pueda impedirlo.
Porque por débil que sea una luz, siempre triunfa sobre las tinieblas.
La tarea asumida por Jesús como mensajero de Dios para la humanidad ya había sido anunciada por los profetas empleando esta bella metáfora: «El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; a los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos» (Isa. 9: 2). Así nos lo recuerda Lucas (1: 79), y así la describe Juan el evangelista en el texto escogido para hoy.
Observando una vez más el amanecer sobre el mar, este primer día de primavera, pienso en la abrumadora belleza del ideal que Jesús nos ha confiado al recordarnos que, tras su partida, nosotros tendríamos que ser también «luz del mundo» (Mat. 5: 14), es decir, transmisores de su mensaje. Una luz que, por pequeña que sea, está llamada a crecer sin cesar, «como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto» (Prov. 4: 18).
Señor, ayúdame hoy a ser luz.