
«La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: «¿Qué haré, porque no tengo donde guardar mis frutos?». Y dijo: «Esto haré: derribaré mis graneros y los edificaré más grandes, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; descansa, come, bebe y regocíjate». Pero Dios le dijo: «Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma, y lo que has guardado, ¿de quién será?»» (Lucas 12: 16-20).
En esta parábola de Jesús, cuando Dios llama al rico «necio» no lo hace por el hecho de ser rico. No dice que haya nada en la riqueza que sea malo en sí, como no hay nada en la pobreza que sea en sí positivo. Dios tampoco condena a este hombre porque haya amasado su fortuna de manera deshonesta. Puede incluso que hubiese sabido hacer prosperar sus bienes gracias a un esfuerzo duro, constante y hábil. Es además un hombre de negocios previsor, capaz de planear rendimientos para su fortuna a largo plazo.
Su necedad estaba en que había confundido unos meros medios de subsistencia con los fines últimos de su vida. En vez de acumular para vivir se había dedicado a vivir para acumular.
Si revisamos su soliloquio, que en el original griego tiene sesenta palabras, observamos que el pronombre personal
«yo» (tácito, pero presente) y los posesivos «mi» y «mis» aparecen doce veces. Este hombre estaba tan acostumbrado a pensar en sí mismo y en sus posesiones que daría la impresión de que ya no era capaz de pensar en «nosotros» y menos aún en algo que considerase como «nuestro».
Martin Luther King comenta así la actitud de este rico: «Víctima de la enfermedad cancerosa del egoísmo, no se daba cuenta de que la riqueza privada siempre es el resultado de los esfuerzos de muchos. Hablaba como si hubiese trabajado sus campos él solo y fuera capaz de construir sus graneros por sí mismo. No se daba cuenta de que era heredero de un inmenso tesoro de ideas y esfuerzos al que sin duda habían contribuido numerosos vivos y muertos. Cuando un individuo o una nación olvida esta interdependencia, hace manifiesta su necedad».
Señor, enséñame a considerar todo lo que poseo —mucho o poco— como un privilegio del que tengo que dar cuentas, ya que soy «rico para Dios».

