El Dios que juzga
“Dios es el juez. A este abate y a aquel exalta” (Salmo 75:7).
La Biblia dice que “Dios es el juez”. Sabemos que no solo ”el Señor es nuestro Juez” (Isa. 33:22), sino además que ”Dios [es] el Juez de todos” (Heb. 12:23) y, además, “Dios [es] Juez justo” (Sal. 7:11). Qué interesante observar a Dios bajo este prisma. Este retrato de su carácter nos da alivio y esperanza en un tiempo de injusticias como es el nuestro.
Un juez humano se expresa por medio de sentencias. Esto quiere decir que cuando un juez habla, no te está dando una sugerencia ni preguntando si te parece bien o mal, lo que está es sentenciando. Y sentencia con apego a leyes previa y debidamente establecidas, o de lo contrario sus sentencias carecerían de validez. Así que, los mismos jueces pueden ser juzgados, y por eso son escogidos y nombrados por una autoridad superior a ellos, que procura que tengan las cualidades necesarias para un cargo de tal responsabilidad y autoridad. También es bueno notar que, aunque los jueces humanos sentencian, necesitan del auxilio de otros mecanismos y personas para poder impartir justicia.
Dios, sin embargo, no es un juez humano. Dios imparte justicia basado en una ley que es reflejo de su carácter. En el caso de Dios, no hubo autoridad superior a él que lo nombrara juez, porque no existe nadie más grande que él. Dios es juez debido a su soberanía. No existiendo autoridad mayor a él, es natural que cuando él habla acerca de cualquier asunto, eso adquiera la condición de asunto debidamente juzgado.
Si leemos el Salmo 75, vemos que explica sobre qué bases Dios tiene autoridad para juzgar rectamente a todos: 1) está “cercano” a los hombres, por tanto, es conocedor de nuestra realidad (vers. 1); 2) él hizo la Tierra y la sostiene (vers. 3); 3) él tiene control absoluto del tiempo y, por eso, cuando sentencia, lo hace siempre en el momento perfecto, aunque a nosotros nos pueda parecer que se demora (vers. 2); 4) él tiene control de las naciones y de las personas (vers. 4, 5, 8); 5) no hay nada que él no pueda hacer (vers. 1).
Cuando Dios se retrata para nosotros como juez, está ayudándonos a entender que no crecemos cuando queremos cuestionar, discutir o mejorar lo que él ha determinado para nosotros. Cuando él humilla a uno o exalta a otro, está haciendo lo correcto porque él es el Juez de todos. Por tanto, hagamos como el salmista: hablemos a otros de él, alabemos su nombre en todo momento (vers. 9).
Amén, así sea