“Revístanse de entrañable misericordia”
“Como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia” (Colosenses 3:12, RVC).
En Mero cristianismo, uno de los clásicos universales de la apología cristiana, C. S. Lewis escribió: “Los pecados de la carne son malos, pero no son los peores. Los peores placeres son puramente espirituales”. ¡¿“Placeres espirituales malos”?! Suena paradójico, ¿verdad? Dejemos que el mismo Lewis nos explique lo que quiso decir: “Los peores placeres son puramente espirituales: el placer de dejar a alguien en ridículo, el placer de dominar, de tratar con desprecio, de denigrar; el placer del poder o del odio”.²⁰⁵ Curiosamente, esos que son los peores pecados son los más discretos, porque para verlos, a veces, hay que tener discernimiento espiritual ya que no siempre se materializan en una acción que nos escandaliza. Quedan dentro de nuestro espíritu (y del espíritu del que los sufre, por supuesto); por eso Lewis los define como “espirituales”.
Toda nuestra atención está centrada en los pecados de la carne, “que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lujuria, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, divisiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas” (Gál. 5:19-21). Nos cuidamos de cometer estos pecados, pero nos sentimos con licencia para criticar, dominar, denigrar y odiar a los que comparten con nosotros la imagen divina. Precisamente, como dice Lewis, esa hipocresía espiritual nos hace estar más cerca de la perdición que una prostituta.
Mucho antes que Lewis, Elena de White se expresó en el mismo sentido: “El borracho es despreciado y se le dice que su pecado lo excluirá del cielo, mientras que el orgullo, el egoísmo y la codicia, con demasiada frecuencia, no son reprendidos. Pero estos pecados son especialmente ofensivos para Dios, porque son contrarios a la benevolencia de su carácter, a ese amor desinteresado que es la atmósfera misma del universo no caído” (El camino a Cristo, p. 29). “Los ojos altivos, el corazón orgulloso y el pensamiento de los malvados, todo es pecado”, dice Proverbios 21:4.
Cristo murió por destruir todos nuestros pecados, tanto los carnales como los espirituales. La mejor forma de vencer los pecados del espíritu es alimentando el espíritu. Pablo dice: “Por lo tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia” (Col. 3:12, RVC).
Con esos elementos en nosotros nunca sentiremos placer en dañar a los demás.
205 (Nueva York: Harper Collins, 1995), p. 117.