La Mesa del Miedo
«Y el rey se entristeció mucho; pero a causa del juramento, y de los que estaban con él a la mesa, no quiso desecharla.» (Marcos 6:26)
Las mesas son objetos bastante comunes. Cada día, nos sentamos ante ellas para trabajar o para comer. A su alrededor se toman muchas de las decisiones más importantes en los gobiernos; sobre ellas se realizan complicadas cirugías de emergencia; y ellas sostienen el peso de miles de cuadernos y libros.
El rey Herodes también tenía una mesa. Este rey, más que gobernar, era gobernado por su miedo.
Juan el Bautista lo había reprendido por su inmoralidad, por haber tomado por mujer a la esposa de su hermano. “Herodes creía que Juan era un profeta de Dios, y tenía la plena intención de devolverle la libertad. Pero lo iba postergando por temor a Herodías” (El Deseado de todas las gentes, p. 192).
A su mesa, en esta ocasión, encontramos gente que no necesariamente estaba ahí para celebrar por amor, sino por conveniencia política, por obligación, y en complicidad de varias cosas quizá no del todo buenas.
Vemos que Herodes hizo un pacto por ostentación, por vanagloria, nacido de una motivación errada. Cuando Salomé respondió que, como regalo, quería la cabeza de Juan el Bautista, Herodes no supo qué decir. Todos quedaron disgustados ante tan grotesco pedido, pero estaban tan ebrios y con los sentidos tan embotados, que nadie atinó a defender al profeta.
Muchas veces nos vemos ante situaciones comprometedoras que en realidad solo “comprometen” nuestra reputación o imagen externa. Es importantísimo que revisemos qué papel desempeñará el peso de la opinión ajena sobre nuestras decisiones, si en momentos clave cederemos a la presión de grupo o no.
“¡Cuán a menudo ha sido sacrificada la vida de los inocentes por la intemperancia de los que debieran haber sido guardianes de la justicia!” (ibíd., p. 194).
Con esta historia Dios también nos llama a ser temperantes y cuidar la influencia que nuestras decisiones pueden tener sobre nosotros y sobre los demás.