La paradoja del aguijón
“Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor. 12:10).
“Hija, yo creo que ese es tu aguijón”, me dijo sin más preámbulo una tarde mi papá cuando me retorcía de dolor por una de las frecuentes migrañas que me acompañan desde pequeña. Quizás esa declaración sonara fuerte, pero entendí a qué se refería. Estaba familiarizada con la mención que Pablo hace de su aguijón en la carne (2 Cor. 12:7) y, aunque la Biblia no especifica en qué consistía ese aguijón, Pablo dice que le había sido dado para que no se enalteciese. Le había pedido a Dios que fuera quitado de él pero, como tantas otras veces, Dios tenía otros planes.
No recuerdo si esa tarde oré para pedir que mi dolor me fuese quitado. Sí recuerdo que, a partir de esa vez, pensé dos veces antes de pedir que mi migraña desapareciera por completo.
En un artículo de la revista Ministerio Adventista, titulado “El milagro del aguijón”, el pastor Charles Wesley Knight menciona que lo que a menudo consideramos lo más molesto o doloroso puede ser justamente el antídoto contra nuestra perdición.
Sé que este ejemplo resultará un tanto burdo y limitado, pero me ayudó a entender este concepto un poco mejor.
Un día tuve hipo por muchas horas. Estaba harta del ruido que hacía, de no poder disimularlo, de lo inoportuno que resultaba. En un momento, pensé: “¡Qué bueno sería no tener hipo nunca más! Mañana, cuando ya no lo tenga, voy a recordar lo feo que fue y voy a estar agradecida todo el día. Voy a recordar lo mal que la pasé en compañía del hipo”.
Pero no fue así. Llegó el nuevo día y, efectivamente, el hipo se había ido. Pero no recordé mi promesa de gratitud.
Ahora, a mayor escala, ¿no será que nos puede llegar a suceder algo parecido si olvidamos que somos imperfectos, que no somos autosuficientes y que necesitamos recurrir diariamente a Dios para que nos recuerde quiénes somos y que es él quien nos sustenta?
No es un plan maquiavélico permitir esas molestias, sino una solución divina, dentro de nuestras malas decisiones y las consecuencias del pecado, a nuestro problema de egoísmo y orgullo.
Nuestro aguijón puede transformarse en nuestra mayor fortaleza y bendición, si está puesto en las manos del Todopoderoso. Él explica las paradojas. Él muestra su maravillosa fortaleza en la más grande debilidad y puede transformar tu desazón en la mejor oportunidad.