
«Luego Jesús llamó a sus discípulos y a la gente, y dijo: ‘Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame’ » (Mar. 8:34)
El 12 de octubre de 1971 se estrenó en Broadway el famoso y controversial musical Jesucristo Superestrella. Esta producción presenta la vida y muerte de Jesús desde la perspectiva de Judas Iscariote, que ve a Jesús como un revolucionario político, a la vez que se muestra perturbado por la idea de un Jesús divino. En una parte del musical, Judas alude a Mateo 16:13 cuando canta: «Jesucristo, superestrella, ¿crees ser lo que ellos dicen que eres?».
La idea que tengamos de Jesús de Nazaret determinará cómo nos relacionaremos con él. En el siglo XIX, el filósofo cristiano Søren Kierkegaard dividió a los cristianos en dos grupos: imitadores y admiradores: «Un imitador es o intenta ser lo que admira y un admirador se mantiene distanciado, consciente o inconscientemente no se da cuenta de que lo que admira conlleva una exigencia sobre él» (Practice in Christianity [Princeton Press, 1991], t. 12, p. 221). Para este filósofo, Judas se convirtió en traidor precisamente porque era un admirador y «el admirador solo se encapricha de la grandeza de manera débil o egoísta; si hay algún inconveniente o peligro, se retira; si no puede hacerlo, se convierte en traidor para, al menos, escapar así de lo que antes admiraba» (Practice in Christianity, t. 12, p. 226).
Unos años después de Kierkegaard, y escribiendo bajo inspiración divina, Elena de White dedicó un capítulo completo de El Deseado de todas las gentes a Judas Iscariote (te recomiendo leerlo). Allí la señora White dice que Judas «no llegó al punto de entregarse por entero a Cristo […]. Creyó que podía conservar su propio
juicio y sus opiniones» (p. 664) y, al darse cuenta de que los beneficios que Jesús ofrecía eran espirituales y no terrenales «resolvió no unirse tan íntimamente con Cristo que no pudiese apartarse» (p. 666). Definitivamente Judas admiraba a Jesús, pero no lo imitaba.
Hoy Jesús continúa cautivando la admiración de las masas; pero al Maestro de Galilea nunca le ha importado contar o no con la admiración de las personas. Jesús siempre ha querido discípulos, y hoy te extiende la
misma invitación que realizó hace dos mil años: «Sígueme» (ver Mat. 9:9; 19:21). ¿Qué respuesta le darás?
¿Serás tú un imitador o un admirador?

