El faro
“Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una colina no puede esconderse” (Mat. 5:14, NVI).
Como mis abuelos maternos tenían su casa en una ciudad costera de Uruguay, desde pequeña pasé mucho tiempo en la playa. Cada vez que los visitábamos, caminábamos sobre las rocas, estudiábamos los caracoles y observábamos, desde la arena, la vida marina. Ahí vi un faro por primera vez y no han dejado de fascinarme desde ese momento. Además, en mi casa siempre escuchábamos la canción “El faro”, de los Heritage Singers, que tiene una hermosa letra que te invito a buscar.
No sé si alguna vez viste un faro o pudiste subirte hasta la parte alta, donde está su luz, pero te propongo que hoy aprendamos algunas características de ellos que nos pueden servir para recordar lecciones espirituales.
Los faros son una señal de aviso para los navegantes. Con su potente luz, les avisan a los marineros que en esa dirección hay tierra firme.
En la antigüedad, cuando aún no existían las luces eléctricas, se encendían hogueras, pero lo cierto es que las luces se han visto desde siempre en los lugares altos.
En un faro de Colonia, Uruguay, encontré un cartel con diferentes datos. Entre ellos, se mencionaba qué tipo de luz emitía, cada cuántos segundos brillaba, su ubicación, su elevación sobre el nivel del mar, su alcance focal, etc.
Ese faro en particular brillaba desde el 24 de enero de 1857.
Cada faro tiene un tiempo de pausa diferente. No sé si acostumbras emitir tu luz muy seguido o si lo haces con grandes intervalos.
Si bien hoy los GPS y otros sistemas modernos les han quitado importancia a los faros, estos siguen siendo útiles en la navegación nocturna. Puede ser que a tu alrededor parezca que mucha gente tiene luz, pero finalmente demuestran navegar en medio de la oscuridad.
Asegúrate de seguir siendo útil para ellos, de mostrar que un hijo de Dios con su luz encendida nunca es algo obsoleto. Guíalos a la luz verdadera: Cristo, la Luz del mundo.