¿Hay ídolos en tu vida?
«Queridos hijos, aléjense de todo lo que pueda ocupar el lugar de Dios en el corazón» (1 Juan 5: 21, NTV).
Imagina que tienes un amigo que es muy aficionado al fútbol. Le encanta ver los partidos, seguir las noticias, coleccionar camisetas y discutir sobre las jugadas. No hay nada de malo en eso, ¿verdad? El fútbol es un deporte divertido y saludable que puede generar buenos momentos de convivencia y entretenimiento.
Pero ese amigo empieza a descuidar otras áreas de su vida por el fútbol. Deja de estudiar, de trabajar, de ir a la iglesia, de pasar tiempo con su familia. Se vuelve irritable, obsesivo, fanático. El fútbol se ha convertido en lo más importante para él, lo que da sentido y satisfacción a su existencia. El fútbol se ha convertido en su ídolo.
Un ídolo es algo o alguien que ocupa el lugar de Dios en nuestro corazón. Es aquello que nos hace felices, nos da seguridad o nos define como personas, pero que también nos esclaviza. Los ídolos pueden ser cosas buenas en sí mismas, como el fútbol, el dinero, la familia, el trabajo, el éxito, la belleza, el placer. Pero, cuando les damos más valor o importancia que a Dios, se convierten en cosas malas que nos alejan de él y nos dañan a nosotros mismos.
La Biblia nos advierte contra la idolatría y nos llama a adorar al único Dios verdadero. Dedica dos de los diez mandamientos a este importante tema: «No tengas otros dioses aparte de mí. No te hagas ningún ídolo ni figura» (Éxodo 20: 3-4). Dios sabía que somos propensos a relegarlo a un segundo plano, mientras nos enfocamos en dioses que «tienen boca, pero no pueden hablar; tienen ojos, pero no pueden ver; tienen orejas, pero no pueden oír; ¡ni siquiera tienen vida!» (Salmo 135: 16-17).
¿Qué ídolos tienes en tu corazón? ¿Qué cosas o personas te impiden tener una relación más íntima con Dios? ¿Estás dispuesto a renunciar a ellos y entregarte totalmente a Jesús?
Hoy te invito a examinar tu corazón y a identificar tus ídolos. Pídele a Dios que te ayude a reconocerlos y a alejarte de ellos, y a amarlo más que a cualquier cosa en este mundo. Pues la vida eterna consiste en conocer al «único Dios verdadero, y a Jesucristo».