Kong Nyong
Pero el que actúa con injusticia recibirá la injusticia que haya cometido, porque no hay acepción de personas. Colosenses 3:25.
Kevin Carter ganó el Pulitzer de fotografía en 1994. La imagen que captó no pasó desapercibida para nadie: un niño famélico estaba a punto de fallecer y a poca distancia lo esperaba un buitre. Carter había tomado esa foto en 1993 en Ayod (Sudán). El país sufría una de sus mayores hambrunas y se debatía en una cruenta guerra. El niñito se encontraba a apenas a veinte metros de la aldea y llevaba en la muñeca una pulsera en la que ponía “T3”. “T” era la designación para “malnutrición severa”. Estaba tan débil que se lo había dejado morir. El fotógrafo esperó a que el buitre abriera las alas y atacase, pero no lo hizo. Así que, tomó la foto y se marchó.
Se marchó sin ayudar al niño.
El periódico New York Times publicó la dramática imagen y, como es lógico, las personas criticaron duramente su comportamiento. ¿Por qué no lo ayudó? ¿Cómo pudo actuar de esa manera? ¿Qué corazón puede ser tan insensible como para hacer eso? Carter ganó su Putlizer, y ese mismo año se suicidó. No pudo soportar el peso de la culpa. Un triste ejemplo, que debemos evitar.
Albert Schweitzer procedió de forma muy diferente. Fue un notable teólogo, filósofo, músico y médico. Podía haber tenido los recursos que hubiese querido, pero prefirió marcharse a Gabón a ayudar a los necesitados. Rehabilitó un hospital en Lambaréné y trabajó como médico durante años. Tras un día de cuidados, las gentes del lugar podían escuchar cómo tocaba de forma brillante las obras de Johann Sebastian Bach. Sostenía que teniendo respeto y reverencia por los demás entramos en una relación espiritual con el mundo. En 1952 recibió el premio Nobel de la Paz por su respeto a la vida. Él solía decir: “Un hombre solo puede hacer lo que está a su alcance. Pero si él hace eso cada día, podrá dormir bien por las noches, y al día siguiente continuar haciendo lo que está a su alcance”. Un verdadero ejemplo a imitar.
Lo cierto es que Kong Nyong, que así se llamaba el niño sudanés, no murió aquel día. Superó sus adversidades y vivió catorce años más. No sabemos si supo de aquella foto, ni del impacto que produjo. No sabemos quién lo ayudó a alejarse del depredador y lo cuidó hasta que sanó. ¿Algún Schweitzer anónimo?
No sabemos si fue feliz y buen hijo. No sabemos mucho de su vida, pero sí sabemos que era una persona. Y a las personas se las respeta.