Matutina para Jóvenes, Jueves 13 de Mayo de 2021

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Abigail, la diplomática

“¡Gracias a Dios por tu buen juicio! Bendita seas, pues me has impedido matar y llevar a cabo mi venganza con mis propias manos” (1 Sam. 25:33, NTV).

La Real Academia Española define la diplomacia como “conjunto de los procedimientos que regulan las relaciones entre los Estados”; “cortesía aparente e interesada”; “habilidad, sagacidad y disimulo”. Elegí estas tres acepciones porque, de cierta forma, engloban lo que la audaz Abigail puso en marcha al conocer a David.

Su esposo, Nabal, tenía muchas propiedades, mal carácter y mezquindad en su accionar.

David y sus hombres necesitaban provisiones, y David mandó diez hombres a pedir la ayuda de Nabal, recordando la protección que habían dado a sus pastores.

Nabal, con desdén, rechazó rotundamente la petición de David, se burló de su procedencia y, con ironía, ignoró su deber de servicio a un prójimo que ya le había hecho un bien.

David se propuso hacer una masacre que sería famosa y del todo fatal. Pero a oídos de Abigail llegó la noticia, y ella con sabiduría trazó rápidamente una estrategia salvadora para ambos “bandos”.

Delante de ella envió una cuantiosa entrega de alimentos para saciar la necesidad del futuro rey, que venía despotricando su suerte y vociferando su venganza.

Luego, se presentó ante él, se inclinó hasta el suelo, se adjudicó la culpa de lo sucedido, explicó la perversidad y mal genio de su marido, intercedió por su vida, ofreció su regalo, solicitó perdón y deseó a David una dinastía duradera y una larga vida, llena de las promesa cumplidas del Señor. Hizo entrar en razón al enfurecido hombre y le mostró que su historial quedaría manchado con esta acción innecesaria que se proponía.

David aceptó de buena gana el mensaje lleno de gracia y sabiduría que salía de la boca de esta hermosa mujer y con juramentos, gratitud y aceptación de su regalo, se retiró y dejó a Nabal indemne.

De Abigail se nos dice: “Estas palabras solo podían brotar de los labios de una persona que participaba de la sabiduría de lo alto. La piedad de Abigail, como la fragancia de una flor, se expresaba inconscientemente en su semblante, sus palabras y sus acciones. El Espíritu del Hijo de Dios estaba morando en su alma. Su palabra, sazonada de gracia, y henchida de bondad y de paz, derramaba una influencia celestial” (Patriarcas y profetas, p. 724).

¿Qué desastres evitaremos hoy con nuestras palabras de paz?

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