Matutina para Jóvenes | Jueves 19 de Diciembre de 2024 | El poder de una carta

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El poder de una carta

«El necio desprecia la corrección de su padre; el que la atiende, demuestra inteligencia» (Proverbios 15: 5).

Eran aproximadamente las nueve de la mañana del 28 de enero de 1872 cuando el pastor J. N. Loughborough cerró la puerta de su habitación en San Francisco y se encaminó hacia la iglesia. Había pasado la mayor parte de la noche anterior orando por su amigo y compañero de trabajo, el evangelista M. E. Cornell. Ese día iban a disciplinar al hermano Cornell. El pastor Loughborough había intentado mostrarle su error, pero el hermano Cornell persistía en afirmar que tenía derecho a hacer lo que mejor le parecía. Este conflicto preocupaba al pastor Loughborough, pues temía que la iglesia se dividiera en dos facciones debido a este problema.

Al llegar a la calle, el pastor Loughborough se sorprendió al encontrar al hermano Cornell llorando.

—Yo no voy a ir a la reunión —le dijo.

—¿Cómo? ¿No vas a ir a la reunión en la que se tratará tu caso? —le preguntó el pastor desconcertado.

—Lo sé —respondió el hermano Cornell—. Reconozco que he estado equivocado. Aquí está la carta en la que confieso mi error, la he escrito yo mismo. Por favor, léela ante la congregación.

—¿Y qué te hizo cambiar de esa manera? —le preguntó el pastor.

—Fui al correo anoche —explicó el hermano Cornell—. Encontré una carta de la señora White. Léela y avisa a la gente que la acepto como testimonio de Dios y que me arrepiento.

Cuando se leyó la carta de Elena G. de White, todos se asombraron de que hubiera llegado en un momento tan oportuno.

Aquel 18 de enero, la señora White despertó con la certeza de que debía escribir de inmediato al hermano Cornell. Sin perder tiempo, redactó la carta y envió a su hijo Edson al correo para que la colocara en el saco de correspondencia del primer envío del día. Nueve días después, la carta llegó a San Francisco cuando más se necesitaba. El hermano Cornell, humildemente, aceptó la reprensión por su conducta errónea.

Y tú, ¿cómo reaccionas cuando recibes una corrección de parte de Dios o de alguien que quiere tu bien? ¿Te resistes o la aceptas con humildad?

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