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«Mira, yo estoy llamando a la puerta; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos» (Apoc. 3:20)
El libro de Apocalipsis es uno de los más fascinantes de toda la Sagrada Escritura, tanto desde el punto de vista espiritual como literario. En una rocosa isla llamada Patmos, Juan «vio» y «oyó» «la revelación de Jesucristo» (ver Apoc. 22:8), y posteriormente se dedicó a transmitirla por escrito.
Uno de los detalles más interesantes que surge al leer este enigmático libro es el que encierra la palabra «puerta». Esta palabra, en griego thura, aparece tres veces en el libro (Apoc. 3:8, 20; 4:1). En dos de esas tres menciones, la «puerta» está relacionada con Dios y en ambas ocasiones la puerta está «abierta».
Tanto en tiempos de Juan como en el presente, una puerta abierta es sinónimo de oportunidad, así como de acceso libre y garantizado. ¿No es ese un hermoso mensaje para hoy? De parte de Dios, las puertas están siempre abiertas para sus hijos. Las oportunidades están garantizadas para ti. Tienes libre acceso para que en tu vida se cumpla el propósito que Dios preparó para ti desde antes de la fundación del mundo. Y las puertas no solo están abiertas para ti, sino que como es Jesús mismo el que las abre, nadie las puede cerrar (ver Apoc. 3:8). Pero no olvidemos que hay una tercera puerta en Apocalipsis.
La tercera mención a una «puerta» (gr. thura) aparece en Apocalipsis 3:20. Sin embargo, a diferencia de las otras dos menciones de esta palabra, esta «puerta», que a menudo se ha equiparado con el acceso al corazón humano, no está abierta. Mientras que Dios deja sus puertas abiertas y garantiza el acceso a la salvación y sus bendiciones, a menudo nosotros mantenemos cerrada la puerta que permite a Dios entrar en nuestras vidas. ¡Qué gran contraste!
Hoy, como cada día, Jesús está tocando a la puerta de tu corazón. Él desea otorgarte las más ricas y abundantes bendiciones. ¿Cómo le responderás?