Quien ríe el último, ríe mejor
Entonces dijo Sara: “Dios me ha hecho reír, y cualquiera que lo oiga se reirá conmigo”. Génesis 21:6.
Hasta hoy nos parecería un chiste. Raho Devi Lohan es la mujer que, según los registros que tenemos, ha quedado embarazada con mayor edad. Esta señora de la India tuvo, por reproducción asistida, a su hija Naveen a los 70 años. Pero Sara tenía 89 años y Abraham 100. No es de extrañar que Sara, escondida tras alguna tela de piel de cabra, se riese cuando escuchó la promesa de Dios de que sería madre. Y qué decir de Abraham, si hasta el mismo autor de los Hebreos lo consideraba “casi muerto” (Heb. 11:12). Supongo que se le escaparía una sonrisilla pensando que el Señor era un bromista.
Al año siguiente se cumplió la promesa. Sara quedó encinta, ni ella se lo podía creer. Supongo que, tras los vómitos iniciales, llegaron las primeras risas. Una carcajada, el primer día que el feto se movió. Fue embarazo de cuidados y algazaras. Me imagino que llegó al parto con una sobredosis de endorfinas, porque no hay nada mejor que tomarse los milagros con alegría.
Con esa trayectoria, Abraham no tuvo problema en ponerle nombre a su hijo: Isaac. Es un nombre muy a tono porque es onomatopéyico, eso quiere decir que suena a carcajada (como nuestra palabra “carcajada”). Nada más llamarlo, ya le entraban ganas de reír. Además, significa ‘reirá’, lo que implica que el chiste de Dios hizo tanta gracia que durante mucho tiempo se iban a seguir riendo. La misma Sara llegaría a comentar que a cualquiera que escuchase la historia le parecería divertido.
¿Por qué procedió así el Señor? Dios había hecho una promesa a Abraham, y este se dejó tentar por las capacidades humanas. Empleó métodos incorrectos para tener descendencia, desoyendo la voluntad divina, porque pensaba que era imposible de otra manera. Pero para Dios no hay nada que no se pueda realizar y resolvió hacerlo a lo grande, llamando la atención de todos. En su delicadeza, sin embargo, decidió ejecutarlo de manera que Abraham no se sintiera avergonzado, con buen humor y gracia. No hay nada mejor para eliminar las experiencias negativas que una buena y sonora carcajada. Y, en este caso, Isaac fue una carcajada de primera.
Me imagino, de tanto en tanto, a Abraham mirando a su hijo y riendo. A la pregunta del niño, estoy seguro de su respuesta: “¡Qué gracioso es Dios, hijo mío!” Ya sabes, quien ríe el último, ríe mejor.