Subrayando lo importante
En la multitud de mis pensamientos íntimos, tus consolaciones alegraban mi alma. Salmo 94:19.
Cada año, Kindle, la aplicación para leer libros, presenta cuáles son los textos que los lectores han subrayado más. Es interesante porque no solo muestra la preferencias de compras, sino aquellas ideas que más han impactado a las personas. En 2016, una de las frases más importantes perteneció a una novela de Isabel Allende y, hemos de reconocerlo, es una cita bien verdadera: “Todos nacemos felices. Por el camino se nos ensucia la vida, pero podemos limpiarla. La felicidad no es exuberante ni bulliciosa, como el placer o la alegría. Es silenciosa, tranquila, suave, es un estado interno de satisfacción que empieza por amarse a sí mismo”. Y es cierto que la felicidad tiene que ver con la serenidad, pero no está separada nunca de la más íntima alegría, la alegría del alma.
Vivimos en un tiempo de tanto ruido, que parece que solo existan las alegrías estrepitosas, los momentos hilarantes en los que pareciera que cuanto más estridente, más alegre. Hay un lugar para esa alegría. Pero la alegría de las reflexiones existenciales, la de la calma tras la tormenta, la de los días de entrega y abrazo, es callada y profunda. Como diría Henry Fielding: “La gran alegría, especialmente después de un cambio repentino de circunstancias, es propensa a ser silenciosa y habita más bien en el corazón, en vez de la lengua”. Y también la necesitamos, porque nuestro carácter comienza siempre por nuestro interior.
El salmista relata su experiencia personal cuando dice que, en los momentos en que sentía que resbalaba por la incertidumbre, en que se le multiplicaban las inquietudes, Jehová lo sostuvo. Y después afirma que, entre tanta duda y desazón, los consuelos de Dios le alegraron la vida. Los “consuelos” del Señor son esos detalles, esos regalos diarios que quiebran nuestras tendencias a la pena. Hay por todos lados; eso sí, tienes que aprender a verlos.
Es el contraluz en una anaranjada hoja de arce en los fríos días de otoño, la algarabía de los niños en la calle mientras persiguen una pelota, el correo electrónico de un amigo, el descuento en el supermercado, la sonrisa del desconocido, la esponjosa plataforma de los zapatos nuevos, la mirada cariñosa del familiar, el abrazo de la amada. E, incluso, la idea que te aporta seguridad, la palabra sabia en la Biblia, la claridad tras la oración, la sorpresa que parece casualidad. Son tantos, que no hay libros suficientes como para enumerarlos. Y alegran el alma porque nos recuerdan que Dios está ahí. No hay carcajadas, pero rebosan de vida. Detalles dignos de subrayar.