La importancia de la laboriosidad
“Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría” (Ecl. 9:10).
Abejitas laboriosas es el nombre de la primera clase progresiva del club de aventureros. Ya a la tierna edad de seis años, los niños aprenden la importancia del trabajo, la diligencia, la responsabilidad, la puntualidad, la disciplina y la productividad. Con pequeños requisitos, van formando su carácter teniendo en cuenta el trabajo como algo positivo en sus vidas.
Cuando Dios creó el Edén, le encargó a Adán la tarea de labrar y cuidar la tierra. Tenía varias ocupaciones y el trabajo era una bendición para él. Lo fue también después, al salir del huerto.
Pero nuestra sociedad promueve los mayores gastos en el ocio y la comodidad excesiva. Parece que cuanto más caras o prolongadas son nuestras vacaciones, cuanto más lujos podemos adquirir o cuanto más gustos electrónicos nos podemos dar, mejor estamos. Es cierto que muchas de esas adquisiciones vienen a costa de un arduo trabajo, pero no siempre es el caso.
Dios nos dio fuerzas, facultades, capacidades y creatividad para espaciarnos y hacer un uso sabio, productivo y activo de nuestro tiempo.
Adán veía el trabajo como uno de los placeres más elevados de su existencia, y le sirvió contra la tentación y como fuente de felicidad.
Quizá tienes un empleo. Quizás no. Quizás lo tienes como única fuente de ingreso o quizá trabajas solo medio tiempo.
Sea cual fuere tu realidad, te invito a evaluar el trabajo como una bendición, a considerar en qué aspectos crees que podrías estar desempeñándote mejor, cómo podrías optimizar más tu tiempo y qué otras tareas te gustaría realizar en tu tiempo libre.
Preguntémosle a Dios si hay algo más que podríamos estar haciendo de nuestra parte para rendir un servicio aún mejor, más honesto y eficaz.
Muchas veces cumplimos con lo que nuestros jefes nos piden, pero por sobre cualquier jefe está Dios.