Promesas que se cumplen
Así que, hermanos, nosotros, como Isaac, somos hijos de la promesa. Gálatas 4:28.
Se escuchan promesas por doquier, la mayoría fraudulentas. Un político que asegura ser más democrático que ninguno y que, tras vencer en las elecciones, padece una extraña amnesia relacionada con su programa político. Un dentífrico que promete blanquear tus dientes hasta que tengan un brillo inusitado y que, tras semanas de uso, solo enrojecen tu encía. Un crecepelo formidable, que afirma contundentemente que esa alopecía que se extiende por tu cabeza será sustituida por espectaculares crines que ondearán al viento. Una aseguradora sanitaria que presenta una cobertura fascinante, hasta que la letra pequeña crece convirtiéndose en mayúsculas intratables.
Sé, sin embargo, de Alguien que hace promesas y las cumple. Lo he visto prometer y llevar a la práctica la mayor de las hazañas jamás realizada: mejorar el carácter de una persona. Pero no se queda aquí, hace cientos de promesas que se han cumplido, se cumplen y se cumplirán. Esa persona se llama Jesús.
Sé, además, que no exige condiciones de raza, estatus o economía para que nos aferremos a tales promesas. Mira cómo lo recuerda Elena de White: “El Salvador no tiene en cuenta las jerarquías ni las castas, los honores mundanales ni las riquezas. El carácter y el propósito consagrado son las cosas que tienen alto valor para él. Él no se pone de parte de los fuertes favorecidos por el mundo. El que es el Hijo del Dios viviente se humilla para elevar a los caídos. Por medio de sus promesas y palabras de seguridad, procura ganar para sí al alma perdida que perece. Los ángeles de Dios están observando para ver cuáles de sus seguidores manifestarán tierna compasión y simpatía. Están observando para ver quiénes de entre el pueblo de Dios manifestarán el amor de Jesús” (Consejos para la iglesia, p. 409).
Me parece curioso que los ángeles no nos observen para saber quién logra el mejor récord deportivo, el que corre más rápido, salta más alto o mete más goles. Tampoco se detienen a contemplar quién posee más riquezas, o logros académicos, autoridad o fama. Los ángeles se sientan a ver, quizá con una gran bolsa de palomitas de maíz celestial, quiénes manifiestan tierna compasión y simpatía. Se emocionan cuando nos aferramos a las promesas divinas por amor a Cristo.
Me imagino a Jesús, entre ellos, con lágrimas en los ojos y diciendo: “¡Cómo no les voy a prometer todo, si me tienen pillado el corazón!”