¿Quiénes son esos hombres que están contigo?
“Pero Dios se le apareció a Balaam, y le preguntó: —¿Quiénes son esos hombres que están contigo?” (Núm. 22:9, DHH).
Este capítulo de la Biblia es fascinante. Nos encontramos con un profeta de Dios que había apostatado pero que aún creía en el poder divino. Creía que Dios dirigía al pueblo de Israel, un pueblo que cada vez se acercaba a paso más rápido y victorioso a las naciones vecinas. Como era de entender, estas naciones quisieron tomar cartas en el asunto y enviaron a Balaam, conocido por sus poderes sobrenaturales, a maldecir al pueblo de Israel.
Balaam sabía que no debía hacer esto, pero se vio seducido por la promesa de regalos y renombre, e invitó a sus visitantes a hospedarse con él.
Dios, que como siempre sabía y sabe todas las cosas, le preguntó qué hacían estos hombres en su casa. Balaam pretendía consultarle a Dios cómo proceder, aunque ya sabía la respuesta y era consciente de que su accionar era desagradable ante sus ojos. Él sabía que no debía acompañarlos para maldecir a un pueblo que Dios ya había bendecido.
Al día siguiente les dijo lo que Dios le había comunicado y despidió a los hombres. Pero más mensajeros retornaron con promesas de más honras, y Balaam nuevamente los hospedó y se ofreció a consultar a Dios.
Esta vez Dios le dio permiso para acompañarlos, pero con la condición de que hiciese todo lo que él le dijera. En este viaje sucede la historia del asna que habló, que fue golpeada injustamente y que le reveló a Balaam la presencia del ángel de Jehová.
Quizá hemos escuchado tantas veces esta historia que ya hasta nos parece común, pero lo que sucedió fue realmente extraordinario y nos tiene que servir de lección para recordar que quien tiene que dirigir nuestra vida es Dios.
A veces jugamos temerariamente con compañías que sabemos que son de su desagrado. Puede ser por ansias de caer bien, de encajar, de obtener algún beneficio, de evitar la soledad…
Sea como sea, Dios hoy nos pregunta también a nosotros de quiénes nos estamos rodeando o cuáles son nuestras motivaciones verdaderas. Ojalá podamos influir, más que ser influenciados, y que si eso no está ocurriendo, tengamos la sabiduría y cautela suficientes para alejarnos de terrenos peligrosos.