Una siembra improductiva
«No se engañen ustedes: nadie puede burlarse de Dios. Lo que se siembra, se cosecha» (Gálatas 6: 7).
En los años en que los colonos norteamericanos hacían negocios con los indios, un colono se internó en el territorio para comprar pieles valiosas. Llegó hasta una aldea a orillas del río. Dijo a los pobladores que deseaba cambiar pólvora por pieles. Cuando los indios le preguntaron qué harían con la pólvora, el comerciante les prometió que si la sembraban obtendrían una magnífica cosecha. Los indios prepararon el terreno y sembraron la pólvora según las instrucciones que habían recibido. Pasó el tiempo, pero no obtuvieron ninguna cosecha; entonces se dieron cuenta de que habían sido engañados.
Unos meses más tarde, un compañero del primer comerciante visitó la misma aldea llevando mercancías para intercambiar con los indios. Estos se reunieron en torno al comerciante y luego cada uno escogió lo que deseaba hasta que se terminó la mercancía. Entonces rehusaron pagar. El comerciante se dirigió al cacique para exigir justicia. El cacique le aseguró que se haría plena justicia tan pronto como pudiera cosechar la pólvora que habían sembrado.
En algunas ocasiones no pensamos en la cosecha cuando estamos sembrando. Y lo trágico es que resulta demasiado tarde pensar en ella cuando ya está madura. ¿Por qué no sembrar, entonces, actos de bondad y de amor, semillas de verdad y de buena voluntad, que nos aseguren una abundante cosecha en la cual podamos regocijarnos? Alguien ha dicho: «Sembramos un pensamiento, cosechamos una acción; sembramos una acción, cosechamos un hábito; sembramos un hábito, cosechamos un carácter; sembramos un carácter, cosechamos un destino».
¿Qué clase de siembra has realizado en los últimos años? ¿Te ha producido una cosecha de la que puedas sentirte orgulloso? ¿O bien tu astuto enemigo te ha inducido a sembrar pólvora? Procura como el salmista cultivar la Palabra de Dios en tu corazón: «He guardado tus palabras en mi corazón para no pecar contra ti» (Salmo 119: 11). Del mismo modo, amístate con Dios y cultiva una vida de oración. Entonces cosecharás los frutos del Espíritu en tu vida: «Amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio» (Gálatas 5: 22, 23).
Si hoy decides sembrar en el terreno fértil de la fe, Dios bendecirá tus esfuerzos y te dará grandes resultados.