¿Hasta cuándo llorarás?
“Dijo Jehová a Samuel: ¿Hasta cuándo llorarás a Saúl, habiéndolo yo desechado para que no reine sobre Israel? Llena tu cuerno de aceite, y ven, te enviaré a Isaí de Belén, porque de sus hijos me he provisto de rey” (1 Sam. 16:1).
Recuerdo vívidamente la imagen colorida del paisaje hermoso que se extendía ante los ojos de Hadasa, en un libro de historias para niños. Ella, sentada, solita, lloraba en los escalones de su casa. No podía ver el azul del cielo, el verde de la hierba y el amarillo de las flores. Por alguna razón, esa frase quedó grabada para siempre en mi memoria. Después de esa, escena llegaba Mardoqueo para llevarla a vivir con él y su llanto se transformaba en risa.
Al leer esta pregunta que Dios le hizo a Samuel, recuerdo esa imagen y pienso que a Samuel se le estaba nublando un poco la vista ante todo lo maravilloso que habría de venir.
Él, que tan recta y ordenadamente había dirigido a Israel en una buena época de prosperidad y piedad, había sentido profunda tristeza al ver que el pueblo quería tener un rey terrenal. La teocracia ya no los entusiasmaba y anhelaban ser como las naciones vecinas.
Samuel, que desde pequeño se había acostumbrado a oír la voz de Dios y servir como modelo de su carácter aquí en la Tierra, oyó una vez más su indicación para elegir a quien sería rey.
Aunque Saúl reunía las condiciones que el pueblo esperaba, no tenía la disposición de carácter necesaria para ser dirigido por Dios como lo debía ser el verdadero líder de Israel. Al principio de su reinado, las cosas marcharon más o menos bien, pero una vez que hubo alcanzado algunas victorias, su peligroso orgullo comenzó a reinar, y a partir de allí todo fue de mal en peor.
Dios venía preparando a David en la tranquilidad y la soledad de su trabajo como pastor, y él sí tenía un corazón conforme al suyo.
¡Cuán difícil nos resulta ver las cosas como realmente son a veces! ¡Cuánto nos encariñamos con algunos planes o ideas que parecían muy buenos y que al final demostraron no serlo!
No te desalientes cuando algunas cosas parecen fracasar estrepitosamente. A veces hay razones que no entendemos del todo. Démosle lugar a Dios para que actúe conforme a sus propósitos y no lloremos o sigamos prendidos al pasado que él quiere transformar en bendición presente.