La compañía de los ángeles
«Pues él mandará que sus ángeles te cuiden por dondequiera que vayas» (Salmo 91: 11).
Un día, mientras trabajaba como colportora en Filipinas, Alicia Zárate salió sola a realizar su tarea después de orar. A pesar de que la zona residencial que visitó estaba habitada por personas con prejuicios, decidió acercarse a una hermosa casa. Al llegar a la puerta, se encontró con dos grandes perros guardianes, pero para su sorpresa, los animales parecían tranquilos y silenciosos. La dueña de la casa salió y se sorprendió al ver a Alicia, pero la invitó a pasar de todos modos. Una vez dentro, la dama le ofreció dos sillas y hablaba a la segunda como si alguien más estuviera presente. Alicia incluso creyó escuchar una voz suave que hablaba con la dueña de la casa sobre las revistas que vendía.
Al parecer, la «otra visita» pidió permiso para retirarse por unos instantes, y la anfitriona la acompañó hasta la puerta. Al regresar, la anfitriona le comentó a Alicia que a su compañera le quedaba muy bien el vestido blanco que llevaba puesto. La anfitriona le preguntó a Alicia acerca de su religión y esta le respondió que era adventista. A pesar de que Alicia quería explicar que estaba trabajando sola, consideró que no era apropiado hacerlo en ese momento. De repente, «la mujer de blanco» regresó y la dama invitó a sus visitantes a almorzar con ella. Durante la comida, Alicia se dio cuenta de que el contenido del vaso de leche y el pan habían desaparecido de la comida de «su compañera».
Cuando Alicia estaba por despedirse de la dueña de la casa, esta le colocó una mano en el hombro como un gesto amistoso. Alicia notó que la otra mano parecía apoyarse en el hombro de alguien que ella no podía ver. En ese momento, recordó que los colportores cuentan «con la compañía de los ángeles celestiales» (El colportor evangélico, p. 98).
Esta historia nos muestra cómo Dios envía a sus ángeles para ayudar a sus hijos fieles, especialmente cuando están haciendo su obra. Los ángeles son seres reales que están al servicio de Dios y de los que heredarán la salvación (ver Hebreos 1: 14). Ellos nos cuidan, nos guían y nos animan en nuestro caminar con el Señor.