Esa nariz me suena
Cuando llegaron los hermanos de José, se inclinaron a él rostro en tierra. Génesis 42:7.
Hubo un tiempo en que la forma de la nariz era un tema de debate. En el siglo XIX, dependiendo de qué tipo de nariz tuvieras, así ibasa ser tu vida. Curioso, ¿no? Por esa razón, por su nariz, Nietzsche pensaba que era muy inteligente. A Charles Darwin casi le cuesta su viaje con el Beagle porque el capitán del navío, Robert Fitz-Roy, pensaba que, con esa nariz, no iba a aguantar el periplo. En las novelas de Charles Dickens o Charlotte Brontë, tener una nariz u otra te convertía en héroe o villano.
En el Próximo Oriente de la época de José, poseer una nariz u otra también afectaba. Solo hay que observar los murales de Beni Hassan, donde un grupo de semitas entra en Egipto, para darnos cuenta de que la diferencia se hacía notar. Y no fue un asunto de poco tiempo. Algunos siglos después de ese evento, Cleopatra terminó suicidándose porque a Octavio no le agradó su proverbial napia. Blas Pascal dijo que la historia habría sido muy diferente si esa nariz hubiese sido más corta.
Imagino que, al llegar los hermanos de José ante su presencia, tuvieron que pensar que la nariz de ese virrey les sonaba de algo. Tampoco es que tuvieran mucho tiempo, porque se pasaron el rato con sus apéndices nasales sobre el suelo. Sí, tocando el suelo, porque en el original la expresión “rostro en tierra” en realidad es “narices en el suelo”. Es paradójico, narices aplastadas y empolvadas para unas personas que, unos años atrás, se jactaban de tener las narices bien estiradas. Hubiese sido un buen momento para aplastárselas del todo, pero José no pensaba así sino al estilo de Dios. Y Dios es de narices largas, es decir, sumamente misericordioso y paciente.
Sí, en muchos textos del Antiguo Testamento que se refieren a Dios, donde se suele traducir como “tardo para la ira”, pone “de narices largas” (por ejemplo, Joel 2:13). ¿Qué quiere decir? Que le cuesta mucho, perdonen la expresión, que “se le hinchen las narices”. Dios es el ser más paciente y misericordioso del universo y nos anima a ser semejantes a él. José lo había aprendido y no permitió que sus hermanos fuesen castigados por su pasado, y por eso les dio la oportunidad de demostrar que eran diferentes. ¡Cuánta sabiduría! ¡Cuánto tenemos que aprender!
No importa demasiado si tu nariz es chata, aguileña o griega. Sí que tenga rasgos de semajanza con Dios, que respire oportunidades y misericordia. José, alguien como nosotros, lo hizo y, por tanto, tú puedes. Inténtalo.