Ama a tu prójimo
«Ustedes hacen bien si de veras cumplen la ley suprema, tal como dice la Escritura: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”» (Santiago 2: 8).
La gente, incluso muchos cristianos, se aleja de las personas desagradables, viciosas, pobres o mal vestidas. ¿Acaso espera Dios que amemos a nuestro prójimo, aunque esté demente o sea un criminal? Dorothea Dix creía que sí. Dedicó la mayor parte de su vida a mejorar los hospitales psiquiátricos y las prisiones destinadas a albergar a personas que se consideraban criminales o indeseables.
El peor de todos los casos que tuvo que atender fue el de un hombre de apellido Simmons, en el Hospicio de Little Compton, una aldea de la bahía Narragansett. Haciendo caso omiso a las advertencias, Dorothea entró en un cuarto tan pequeño que tuvo que agacharse para poder pasar.
Al principio no pudo ver al desdichado Simmons, pero escuchó el ruido de sus cadenas. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, alcanzó a ver a un hombre flaco y huesudo, de cabello blanco y enmarañado, que le llegaba hasta los hombros. Vestido de harapos, estaba de pie descalzo sobre el barro congelado, con una cadena en la pierna izquierda. La miraba con sus ojos hundidos mientras ella le extendió los brazos y lo estrechó contra su pecho. Sollozaba al pensar en la crueldad que ese ser humano tuvo que soportar en esa mazmorra durante tres años. Mientras lo abrazaba, él lloraba como un niño.
El 10 de abril de 1844 se publicó un artículo escrito por ella. En él decía: «Sin duda, la gente de Rhode Island profesa amar a Dios. Me pregunto, ¿orarán al mismo Dios que mira al pobre Simmons?».
Conmovidos por sus súplicas de misericordia, la gente de ese Estado decidió construir mejores centros de acogida para los enfermos mentales.
Lo más probable es que no conozcas a nadie tan desdichado como el pobre Simmons, pero existen personas a quienes resulta difícil amar por su aspecto o manera de ser. Sin embargo, Dios espera que también los ames. Son nuestro prójimo. Él espera que aliviemos el sufrimiento de nuestros semejantes y compartamos con ellos nuestra esperanza de salvación.
¿Te gustaría empezar ahora? Estoy seguro que allí donde estás hay personas «difíciles de amar» que necesitan de tu amor.