Matutina para Jóvenes | Lunes 23 de junio de 2025 | El lenguaje del cielo

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Matutina para Jóvenes

«Procuren estar en paz con todos y llevar una vida santa; pues sin la santidad, nadie podrá ver al Señor» (Heb. 12:14)

¿Qué goces podría ofrecer el cielo a los que están completamente absortos en los intereses egoístas de la tierra? ¿Acaso podrían aquellos que han pasado su vida en rebelión contra Dios ser transportados al cielo y contemplar el alto y santo estado de perfección que allí se ve? ¿Podrían aquellos cuyos corazones que odian Dios, a la verdad y a la santidad asociarse con los ejércitos celestiales y unirse a sus cantos de alabanza? Estas tres preguntas no las he formulado yo, las hizo Elena de White en la página 598 de El conflicto de los siglos (ACES, 2015). La respuesta a todas ellas es un rotundo «No».

La vida que tenemos ha de servirnos de preparación para la eternidad. Por lo que es aquí donde hemos de acostumbrarnos a amar lo puro y a aprender lo que la autora denomina «el lenguaje del cielo». ¿Y en qué consiste ese «lenguaje»? A renglón seguido se señala que en el cielo reinan «la pureza, la santidad y la paz».

La pureza se refiere a la forma en la que me relaciono conmigo mismo. En cómo cuido mi cuerpo, mi mente y lo que entra en ellos. Es reconocer que mi cuerpo es templo del Espíritu Santo, que Cristo me compró con

su sangre y que todo mi ser le pertenece (ver 1 Cor. 6:19, 20). «Si uno se mantiene limpio de esas faltas, será como un objeto precioso, consagrado y útil al Señor» (2 Tim. 2:21).

La santidad alude a la forma en la que me relaciono con Dios. Contrario a lo que podamos suponer, la santidad no es algo que hacemos para ganarnos el favor divino, sino el resultado de haber sido redimidos por Jesús (ver 2 Cor. 7:1). Somos santos en la medida en la que nos relacionamos con un Dios que es santo (ver Lev. 19:2).

Por último, la paz define cómo debo relacionarme con mis semejantes. Los cristianos hemos de contribuir a la paz (ver Rom. 14:19) y buscarla (Rom. 12:18).

El lenguaje del cielo consiste en relacionarme correctamente conmigo mismo, con Dios y con mi prójimo aquí en la tierra. De esa manera estaré preparado y me sentiré a gusto en el cielo por toda la eternidad.

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