
El comienzo de la civilización
“De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros” (Juan 13:35, NVI)
Se relata que en una conferencia, un estudiante universitario le preguntó a la destacada antropóloga cultural Margaret Mead cuál consideraba que era el signo más antiguo de civilización en una cultura. Al formular la pregunta, el estudiante probablemente esperaba que Mead mencionara elementos como lanzas, ollas de arcilla o piedras de moler. Sin embargo, la antropóloga estadounidense respondió que la primera indicación de civilización en una cultura antigua era un fémur que se había fracturado y luego había sido curado.
Ante el cuestionamiento de por qué esta constituía la primera evidencia de civilización, Mead explicó que, en el reino animal, si te rompes una pierna, mueres. No puedes huir del peligro, ir al río a beber o buscar comida. Eres una presa fácil para los depredadores. Ningún animal logra sobrevivir con una pierna rota el tiempo suficiente para que el hueso sane. Un fémur fracturado y recuperado es evidencia de que alguien se tomó la molestia de quedarse con el herido, cuidar la herida, llevarlo a un lugar seguro y contribuir a su recuperación. Mead afirmó que la civilización en nuestra especie comienza cuando ayudamos a aquellos que lo necesitan.
Al reflexionar sobre esto, me percaté de lo diferente que sería nuestro mundo si midieramos nuestro progreso no solo por parámetros económicos o acceso a la educación, sino también por el nivel de compasión que somos capaces de manifestar hacia nuestros semejantes. Claro, alcanzar este estándar no es tarea fácil. La primera persona que curó un fémur tuvo que quedarse atrás y exponerse al peligro para asegurar la supervivencia de uno de sus semejantes. La conducta altruista que Mead describió resuena con las palabras de Cristo durante la última cena, cuando destacó que la mejor evidencia del cristianismo es el amor al prójimo.
Expresar un amor como el que Cristo demostró conlleva asumir riesgos. Seguir el ejemplo de aquel que dio su vida por sus amigos (ver Juan 15:13) significa amar y cuidar al prójimo, incluso a riesgo de exponer la propia vida. Sin embargo, es este tipo de amor el que nuestro mundo necesita en la actualidad, no solo la atención que envuelve ser seres humanos civilizados, sino el sacrificio inherente a ser cristianos.