Hambre en la tierra
«Vienen días —afirma el Señor— en los cuales mandaré hambre a la tierra; no hambre de pan, ni sed de agua, sino hambre de oír la palabra del Señor» (Amós 8: 11).
Ida Scudder, de siete años, cerró los ojos ante el resplandor del sol del mediodía al salir de la frescura de la iglesia de piedra. Más allá, la tierra agrietada y seca daba evidencia de los meses de sequía.
—¿Mamá, puedo ir a casa contigo y con Mary Ayah en carretón esta vez? —preguntó Ida.
—¿No quisieras caminar con tus hermanos?
—Hoy no, mamá. Hace mucho calor.
—Muy bien. Súbete. —Su mamá la ayudó a subir a la plataforma cubierta de heno, y luego subió con ella. Se les unió Mary Ayah, que había cuidado a Ida desde su infancia. Se cubrió la cabeza con su sari rojo para protegerse de los candentes rayos del sol mientras regresaban a casa sobre la carretera.
—¡Miren! ¡Pobres niños! —exclamó Mary Ayah.
Ida se esforzaba por ver lo que ocurría.
—¿Dónde, Ayah? ¿Te refieres a esos dos que están acostados a la orilla del camino? ¿Qué sucedió?
—Están muertos —respondió la sirvienta Mary—, sin duda por causa del hambre.
El sol brillaba con la misma intensidad, pero de repente Ida sintió un escalofrío que la recorrió de pies a cabeza. Sintió algo extraño en el estómago y le dieron ganas de llorar, pero no le salían las lágrimas. El carretón siguió su camino hacia la casa y hasta las largas filas de niños que esperaban para ser alimentados. Con la ayuda de sus hermanos, Ida repartía el pan, la leche y el arroz a cientos de criaturitas ansiosas de comer. Era parte de su trabajo diario.
Hoy existe otra clase de hambre en el mundo: hambre de la Palabra de Dios. Millones están muriendo por desnutrición espiritual. Mueren por falta del alimento que recibes en tu devoción personal, y al asistir a la iglesia o a una escuela adventista. Extienden sus manos para implorar por el conocimiento de Dios. Tú tienes bastante. ¿Te gustaría compartirlo con otros?